En la mirada de Escribano se agitaba la furia del guerrero, con el mandamiento primero de llegar hasta el final. La sangre derramada se convertía en épica tinta; el dolor, en emoción. Cuando el titán de Gerena apareció en el ruedo después de ser operado de una cornada hora y media antes, los aplausos removían hasta los cimientos de la Giralda. Enfundado en unos vaqueros de Chimy Ávila, regresó a los terrenos del miedo y el drama. De rodillas frente a chiqueros en la espera más larga. Con la cicatriz del fuego reciente, con la herida que hubiese dejado al común de los mortales dos semanas en la cama. Allí estaba Manuel, vestido de héroe, con el chaleco de oro...
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