Una larga cola con niños, adultos, cuencos y ollas en la mano: hacen cola con la esperanza de obtener una ración de comida.
Hiba Abu Awad tiene dos hijas y, tras horas de espera, sale con un plato de pasta: “Ayer conseguí un poco de pan, y hoy también vamos a comer. Es Dios quien provee a nuestras necesidades. Algunos días comemos, otros no. Los pequeños no han comido lo suficiente últimamente. Han perdido mucho peso. Ella en particular ha perdido mucho peso”.
Hiba señala a Joud: con su hermana Jouri, de 3 y 6 años, se quejan regularmente de dolores de estómago. “Pero no tengo valor para llevarlas al hospital. De todas formas, no pueden hacer nada por ellas“, dice su madre.
En el centro de la Franja de Gaza, en el hospital Al Aqsa, el doctor Iyad Abu Muaylaq admite su impotencia: “No tenemos nada que dar a los niños para tratarlos. ¿Qué podemos decir a sus padres? ¿Alimentarlos? No hay nada que comer. Y la desnutrición provoca toda una serie de complicaciones: insuficiencia renal, debilidad muscular y cardíaca. Estos niños no reciben proteínas ni hidratos de carbono. Sufren una inmunodeficiencia. El más mínimo virus o bacteria les infecta. Y en algunos casos, por desgracia, eso les lleva a la muerte”.
“Y ni siquiera podemos alimentarlos por vía intravenosa. Aquí no tenemos ni el equipo médico adecuado ni los medicamentos necesarios”, dice el médico.