La Real ha ganado dos partidos de los últimos 11 y ambos han sido en el tramo final del partido. El choque de Granada confirmó que el fútbol se le está agotando, pero no el alma. Quizá saltó al campo pensando que la propia inercia del fútbol le iba a llevar a doblegar un rival con pie y medio en Segunda, el que más goles encaja, el más vulnerable, pero se dejó llevar tanto que se olvidó de luchar, de ir fuerte, de competir.
Remiro mantuvo vivas las opciones de ese alma errante y fatigada de una Real que tiró de corazón tras la pausa. El juego no le daba para crear ocasiones y tiró de empuje. Por sin se vio al ‘Braveheart’ realista, en el sentido colectivo, pero también personalizado en el único escocés del grupo,
Kieran Tierney. Por fin se vio lo que puede dar y no ha dado el de la Isla de Man. Velocidad en la arrancada para desbordar, buen toque para asociarse en corto y en largo y esa rosca con la que traza centros como el del gol de Le Normand. No, el duelo de Granada estuvo lejos de sacar las mejores esencias de la Real. No se recordará por la exquisitez del fútbol, pero sí tuvo una peculiaridad. Por fin marcaron los nueves y brilló Tierney, que fue de los que con más rabia celebró los tantos de la voltereta. Quizá ni él, ni Silva, los cedidos de este año, tengan tiempo de ofrecer argumentos para que la Real haga un gran esfuerzo en aras de que se queden. Y algo parecido sucede con Sadiq. Pero si en esta espuela de 10 partidos colaboran activamente en la clasificación para Europa podrán salir de Anoeta como William Wallace de la batalla de Stirling contra los ingleses
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