Traducir a José Luis Ábalos es fácil. Apenas hace falta conocer un poco el alfabeto del poder. Traducir a Ábalos es leer a Sánchez y su estilo de liderazgo y tener la capacidad de deducir qué está sucediendo con el Partido Socialista Obrero Español. Por eso el indomable, el que ha plantado cara al dedo bajado del líder, se reafirma en una y en otra entrevista como socialista, como fiel al partido al que "le debe todo". Porque su discurso no va contra el PSOE, como podrían pretender desde la derecha que intenta usarlo como ariete, sino contra la injusticia que esta vez cree que Sánchez ha decretado contra él; contra él, que reconoce haber sido el ejecutor de tantas otras.
Traducir a Ábalos supone aproximarse a los liderazgos que empiezan con seducción, siguen con instrumentalización y acaban tirando a la basura al que molesta o al que rechista. Lo ha dicho con todas las letras, lo que le duele es "la desconsideración", el comportarse "como si las personas fueran instrumentos", lo que "nos convierte a todos en prescindibles". En tan pocas palabras se resume un tipo de personalidad y de liderazgo que aparece en los manuales y que vista una vez es fácilmente identificable. Ese líder implacable que no duda en sajar y enviar a quien le molesta "al depósito de reciclaje o directamente a la basura terminal". El propio Ábalos fue enviado una vez al reciclaje en 2021. Fue desposeído de forma inexplicable, o al menos inexplicada, de todo el poder que acumulaba con la esperanza de un reciclado que iba a terminar en su candidatura a eurodiputado en breve. Ahora no, ahora ha sentido que era castigado a pudrirse en la basura terminal y eso es lo que ha decidido no aceptar.
Más allá de lo que calle o lo que se acabe sabiendo de su actuación, que se sabrá, lo que es relevante ahora mismo es el panorama que dibuja. "No se puede manejar así a la gente, no me dejo". Y ha dado los primeros pasos para no dejarse, como socialista, que en eso insiste mucho. Sin duda, una espita que se abre. Alguien que ha decidido luchar contra ese no salir en la foto, contra ese no ir contra el líder que te la juegas, contra la sumisión de la que habla sin ambages. Porque a Ábalos se lo quitaban de encima "con un órdago público" mediante una resolución de la dirección política "que no se me ha notificado". No existe respeto a las más mínimas normas en el partido, nos está diciendo, sólo hay un dedo cesáreo. Niegan hasta la posibilidad formal y establecida de defenderte "mediante un acuerdo que contraviene la norma". Una voluntad puede más que las reglas escritas del partido y que los procedimientos para establecer la disciplina que respetan la posibilidad del militante de defenderse. Esto, no lo digo yo, lo dice él, no es justicia sino "populismo justiciero". No es al primero al que se le aplica, es consciente, y presentará alegaciones como ya hicieron otros históricos.
Porque Ábalos habla de una dirección de su partido "muy disciplinada" y asiente cuando le comentan que jamás le lleva la contraria al secretario general. Es sutil en su tosquedad, no le acusa directamente: "tiene muchos problemas, el hostigamiento, la coalición... y ahora esto". Debe estar muy presionado y a eso le achaca, él que fuera su mano derecha y lo conoce tan bien, que no le haya mirado a los ojos para darle la patada, que ni siquiera se haya dignado a hablarle, que haya bajado el dedo y lanzado el órdago enviando a Santos Cerdán a hacer su sucio trabajo: "Cerdán no ha actuado motu proprio, tiene un encargo y sabe que le corresponde hacerlo (...) la decisión es de la dirección". Esa dirección que ha acatado al líder sin preguntarse si la decisión "es adecuada, útil o siquiera inteligente". La presión, los nervios, las prisas.
Así que la lealtad al partido no está en discusión, en esta traducción libre, sino que es la fórmula del liderazgo que somete a los órganos del partido la que no acepta y piensa resistir. Ábalos abre la espita contra ese Sánchez que lo tira a la basura, no contra su partido y lo deja claro. En eso coincide con otros que callan.
Incluso avanza un poco más allá cuando se le exige responsabilidad política por la selección de Koldo García y por no haber vigilado sus movimientos: "si te proponen a una persona con todas las garantías, ya investigas menos". "¿Dónde acaba esa responsabilidad por la elección?", se pregunta. "Santos está igual que yo" ¿sólo Santos? "¿Hasta dónde llega la responsabilidad?". El socialista dolido es el papel que representa, aunque solo lo está cuando la guillotina ha llegado hasta él, no cuando afectaba a otros e incluso él la accionaba.
Y tras el retrato del líder y la lamida de las heridas está el contexto grave de la corrupción. Ciertamente el ex ministro no aparece en los papeles, pero lo cierto es que Moreno no es García-Castellón y sabe perfectamente que lo operativo es avanzar todo lo posible antes de que puedas llegar a cabezas a las que no alcanzas y debas soltar el procedimiento. Con su decisión Ábalos gana al menos año y medio en el supuesto de que en esa investigación que también le ha afectado -"yo también he sido investigado, si la denuncia iba contra mí"- acabe volviéndose en su contra. Y en ese año y medio, ¿quién sabe qué ha podido pasar?
El 'caso Koldo' ha abierto no una sino varias espitas. La primera, la de que a Sánchez se le puede llevar la contraria, se le puede desobedecer. Desconozco el alcance que tal constatación pueda tener. La segunda, que hay otros temas procelosos que recorren los mentideros empresariales y las redacciones desde hace tiempo y que, poco a poco, van a comenzar a salir. El tono de Ábalos se ha alterado levemente cuando en las entrevistas se ha mentado a Air Europa y a Aldama. Ha salido bien del envite pero hay demasiadas bocas queriendo morder el mismo calcañar. Esto no ha hecho sino empezar.
Es indudable que José Luis Ábalos calla mucho, y miente también otro tanto, pero no por ello deja de aparecer diáfana la definición que hace del funcionamiento interno de su partido y del tipo de liderazgo establecido. Lo dice él, no lo digo yo. Traducirle es fácil, callarle no sé yo.