Los niños de hoy no son como los del siglo pasado. La experta Sonia Livingstone adaptó la Convención de los Derechos del Niño de la ONU, de 1989, para incorporar la protección de la identidad al navegar por la internet desde edades tempranas.
La tecnología, aunque ofrece oportunidades extraordinarias, también plantea retos educativos. Al ciudadano digital, se le debe enseñar a gestionar sus emociones en las redes sociales o el sentido crítico contra el creérselo todo. Educarlo para que tenga el valor de defenderse si es víctima de acoso.
Expertos agrupan los riesgos de las redes y se refieren a las tres C: contenidos, contactos y conductas. Pero existe una cuarta C, y es la comercialización de nuestros datos. Compartimos una gran cantidad de información sobre nosotros que es de gran valor para las empresas.
Es bueno aprender a configurar las opciones de privacidad en las redes y también saber que “nada es gratis”, sino que hay un pago implícito a través de la información del usuario.
Hay también una toma de conciencia en varios países. Por ejemplo, la Comisión Europea, mediante la ley de servicios digitales, sanciona con el equivalente al 6 % del volumen del negocio mundial si se demuestra que una plataforma viola el reglamento. TikTok acaba de ser multada por ello.
La ciudad de Nueva York demandó a TikTok, Meta, Snap y YouTube “por alimentar la crisis de salud mental juvenil”. Una demanda presentada ante el Tribunal Superior de California se enfoca en el uso de algoritmos cuya finalidad es crear adicción, algo que perjudica la salud pública.
La dependencia a internet tiene un efecto en el rendimiento escolar e incluso en la pérdida de habilidades sociales. Nicholas George Carr, conocido por su libro Superficiales y su artículo “Is Google Making Us Stupid?”, subraya que internet está modificando nuestros procesos neuronales y nuestra capacidad de memorización y concentración.
El uso de las redes sociales puede incidir en el aumento de trastornos, como estados de adicción, ansiedad y episodios depresivos que conducen al suicidio.
La sociedad debe garantizar la protección de los niños. Las familias tienen la responsabilidad de vigilar tanto el consumo como la sobreexposición de los menores a los productos digitales.
Demonizar las pantallas no es la solución, hay que estar cerca de los hijos, interesarse por lo que les interesa a ellos. Ir adelante y proponerles contenidos interesantes. Aconsejar a los adolescentes que las redes sociales no sean solo para exponer su imagen física, sino también para mostrar sus aficiones y su talento.
Un estudio de EUKidsOnline.de, red europea de referencia en la investigación sobre la vida en línea de niños y adolescentes, concluye que la mediación parental activa es el mejor antídoto contra los riesgos que corren los menores en internet, más que la mediación técnica (instalar en los dispositivos un software específico para restringir el acceso a determinados contenidos).
El mejor filtro son los padres. No creo en la pedagogía del control, sino en la de la confianza. La Academia Estadounidense de Pediatría recomienda que los menores de 18 meses no estén expuestos a las redes sociales y entre los 18 y 24 meses elegir para ellos un contenido de calidad, sin dejar de estar acompañados por un adulto.
Los niños de entre 3 y 5 años no deberían utilizar dispositivos durante más de una hora al día, y a partir de esa edad, poner límites claros de tiempo y lugares de uso.
Algunos afirman que para recuperar la confianza y la seguridad en el espacio digital es necesaria la aplicación rigurosa de la ley. Ante efectos que pueden ser irreparables, los menores y su protección deben ser la prioridad.
Sigo pensando que por encima de la ley y las sanciones están la educación y el acompañamiento. ¿Estamos capturados por las redes? Tal vez el filósofo griego Epícteto nos pueda dar la respuesta: “Solo las personas que han recibido educación son libres”.
La autora es administradora de negocios.