La frase “el momento de la verdad” o MOT, viene de un término que emplean las empresas cuando el posible cliente entra en contacto con ellas y percibe sensaciones positivas, regulares, o negativas.
Pero también se aplica a otros instantes de la actividad humana, incluso en el deporte o la tauromaquia. Por ejemplo cuando el torero entra a matar, momento culminante de una faena que puede acabar con el éxito de salir a hombros por la puerta grande, o cabizbajo rodeado de silbidos y protestas en el caso de no acertar.
Es la frontera entre el éxito y el fracaso. También se da en política y probablemente el que nos toca vivir sea uno de ellos.
Cuando uno por la mañana abre la prensa diaria, escucha las diferentes emisoras de radio o los canales de televisión, palpa inmediatamente que la tensión se respira en este nuestro país (ponga aquí cada cual lo que desee) por los cuatro costados.
Más aún al haber entrado en un año con tres vitales citas electorales, municipales y autonómicas en mayo, generales en diciembre.
En ellas el electorado va a juzgar a través de sus votos qué le ha parecido un novedoso gobierno de coalición de las izquierdas, al igual que la oposición ejercida por las derechas, extrema y algo menos.
Un gobierno que con sus luces y sus sombras, ha sido capaz de enfrentarse a una terrible epidemia y sin apenas tiempo de respirar, a una crisis profunda derivada de la injusta guerra de Putin contra Ucrania.
Es en estos instantes cuando mejor se puede conocer la pasta de los políticos y la fortaleza o endeblez de los partidos.
Objetivamente, observado desde las clases más desfavorecidas de la sociedad ha sabido dar la talla, trabajando duro a través de una innumerable batería de medidas, alabadas unas, criticadas la minoría, que han evitado un sufrimiento mayor.
Pero esas clases beneficiadas por su labor no son propietarias de poderosos grupos de comunicación, financieros, o sociales que, estos sí, se han sentido agraviados considerándolo un enemigo a batir.
Para ellos la labor de las izquierdas, no solo las del gobierno también las que desde fuera incluidos los progresistas de PNV, le han apoyado, ha sido contra sus intereses y por eso han terminado apoyando sin fisuras a una derecha más extrema que nunca más una extrema derecha cada vez más desatada.
Desde el primer momento dieron cuenta que Pedro Sánchez no era ni José Luis Rodríguez Zapatero, ni por supuesto Felipe González. Que iba en serio cuando comenzó su andadura, consciente de que sólo desde el acuerdo con Podemos y con las fuerzas progresistas y de izquierdas periféricas, era posible lograr una profunda transformación que favoreciera a las capas más necesitadas de la sociedad, a la inmensa mayoría.
Cometieron el error de intentar destruirlo con un movimiento fallido en aquel famoso Comité Regional socialista de 1 de octubre 2016 que les salió mal.
Luego pensaron que todo lo que estaba haciendo eran movimientos tácticos para llegar al poder o para mantenerse en él, pero a nadie se le ocurrió analizar que muy al contrario era una decisión estratégica de largo alcance y así lo han tenido que soportar durante casi cuatro años.
Pero no están dispuestos a aceptar que el proyecto dure otros cuatro, es demasiado peligroso para sus intereses.
Durante los últimos tiempos han puesto en marcha una dura campaña contra su figura. El peligro según sus expertos no viene de Podemos, ni siquiera de los nacionalistas e independentistas, tampoco del mismo PSOE, viene especialmente de Pedro Sánchez y hacia su figura dirigen toda su artillería mediática, económica y política.
Esa campaña no tiene límites éticos o morales va dirigida a señalarle como un político sin escrúpulos para el que todo vale con tal de seguir en el poder, hasta aliarse con peligrosos enemigos de sus intereses como “podemitas” varios, o independentistas que desean destruir nuestro país.
Pero lamentablemente no son estos los únicos enemigos del gobierno de las izquierdas. También lo está debilitando el infantilismo de una parte de él que recuerda a la famosa frase de Lenin: “izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”.
Lo que está ocurriendo con la ley del “solo sí es sí” supone un error suicida aprovechado hábilmente por las derechas. Cuando uno se da cuenta de que se ha equivocado debe rectificar “sí o sí”, lo contrario resulta insensato.
Antes había ocurrido con la “ley trans”, la del maltrato animal, o de la vivienda.
En este instante tan crucial es imprescindible terminar con luchas internas que lo debilitan, dejar “pelos en la gatera” buscando consensos y seguir caminando juntos sin dejarnos a nadie detrás.
Lamentablemente todo el ruido provocado por la campaña de los poderes fácticos más esos errores, entorpece que la sociedad visualice todo lo positivo que este gobierno lleva haciendo en estos más de tres años, más todo lo que podría consolidar en la próxima legislatura, por ejemplo avanzar en la solución de las tensiones centro-periferia heredadas de nuestra Transición.
Así nos encontramos que el positivo bagaje de la acción del gobierno y del propio Pedro Sánchez durante la pandemia, las medidas para paliar el sufrimiento provocado, desde los ERTE al IMV, la reforma laboral, el incremento de salario mínimo, subida según IPC de las pensiones, medidas para control de los alquileres, etc., etc., que permitieron sobrevivir a la parte de la sociedad más vulnerable, no se han visualizado debidamente.
Puede ser que también por fallos en la manera de trasladarlas a la sociedad.
Quizás se hubiera sido más eficaz si en cada una de ellas se lanzara la pregunta: ¿esto lo hubieran hecho las derechas? Porque la respuesta clara y contundente habría sido; no.
La derecha extrema del PP y la extrema derecha de VOX, juntas porque es lo que están dispuestas a hacer, hubieran ido justo en dirección contraria, favoreciendo a los poderosos y castigando a los desfavorecidos, que somos la mayoría de la sociedad.
Así nos llegan ahora los momentos de la verdad de mayo y diciembre, la hora de entrar a matar y que la gran faena realizada se premie con los votos tras una estocada en lo alto (que me perdonen el símil los animalistas).
No podemos, no debemos permitir que se salgan con la suya. Nadie, nadie de los nuestros debe dejar de votar y menos aún hacerlo al enemigo. Nos jugamos demasiado en ello.
Veremos.