No se escribe una novela o un guion, tampoco se rueda una película, se compone una sinfonía o se pinta un cuadro en contra o a favor de algo. Cuesta pensar que Joseph Roth escribiera sus 'Años de hotel' para defender la paz en Europa. Si garabateó aquellas líneas fue por disciplina y desesperación. No fue una soflama, ni un programa de gobierno, sino la angustia de un judío en un mundo de entreguerras en el que Hitler ya goza de poder. Las creaciones no tienen propósito. Su razón mana de la ansiedad que las empuja. No corrigen problemas, no resucitan muertos ni reparan. Emocionan, cuando dicen una verdad. Pienso estas cosas a la una de la mañana de un sábado de febrero, sentada ante la pantalla de mi televisor. Para evitar el apagado automático, subo el volumen. La gala de los premios Goya invade el salón con su entusiasmo comprometido, con su voluntarismo gramsciano. Van salvar el mundo envueltos en la alfombra roja como nueva santa sabana. No pocas veces a lo largo de la noche del sábado pasado —«la gran fiesta de cine español», la mientan— , un director de fotografía, un realizador o realizadora, un actor o una actriz, y hasta varios presentadores soltaron soflamas. A favor de una sanidad pública —en toda España, ¡cómo no! —, contra la discriminación y para promover la igualdad. ¿Quién va a estar en contra? ¿Quién puede oponerse a eso? Sorprendió, sin embargo, que, teniendo entre el público al presidente de Gobierno, la vicepresidenta segunda así como los a ministros de Cultura, Igualdad y Hacienda, no se alzara una voz pidiendo justicia y solución ante una ley, la del Sí es Sí, que por error excarcela y reduce la pena de los violadores. O a esa nueva disposición de autónomos que hace inasumible la cuota mensual. En el repertorio de motivos y causas, la aparición de unas sobre otras da qué pensar. Y mucho: esa distancia que separa al cortesano del partisano. El verdadero artista lo dinamita todo, incluido, por supuesto al poder.