En la segunda mitad del XIX, los más privilegiados que gozaban del placer de viajar, en buena medida, lo hacían animados por los relatos de los aventureros románticos que habían recorrido lugares repletos de historia, de sugestivas ruinas, ásperos caminos, sucias ventas y, tal vez, bandoleros. Sin embargo, también germinaba un nuevo modelo de tourista que gustaba leer textos explicativos sobre los destinos que conocería. Y es que, desde 1836, el inglés John Murray y el alemán Karl Baedeker ─que se haría con todo el mercado─ ya editaban guías de varios países en distintos idiomas con informaciones históricas, clima, lugares de interés, transportes y mapas plegados. En 1897 se editó la Baedeker referida a España y Portugal. Unos años antes, en 1892, se publicó la Guía de España de Eduardo Toda , que siguió los modelos extranjeros, si bien existían muchas obras locales, como la bilingüe Toledo. Guía artístico-práctica del Vizconde Palazuelos (1890) que incluía un plano de la ciudad de José Reinoso . A finales del XIX, las redes ferroviarias eran más amplias, lo que ayudaba a llegar más fácilmente a míticas ciudades, parajes naturales o a disfrutar en las costas y las islas de los recomendados «baños de ola». Así, para los viajeros más elitistas, surgían guías de alojamientos, balnearios, folletos de mano, revistas, postales y otros reclamos como también una cartelería visible en estaciones, hoteles y oficinas de turismo. En 1839 apareció en Gran Bretaña la Guía Bradshaw con los horarios de todos los trenes. Las ediciones de Michelín , nacidas en 1900, recogían los talleres mecánicos para los automovilistas y, desde 1920, recomendaban donde comer. Las compañías ferroviarias británicas y francesas encargaron luminosos afiches turísticos, algo inédito en España. Un cartel editado, en 1901, por Chemins de Fer Français , utilizó, por cierto, un típico rincón toledano a partir de una obra del pintor granadino Ernesto Gutiérrez (1873–1934). En ese momento, los avances litográficos permitían grandes planchas de color para anunciar chocolates, bebidas, perfumes, licores…y, por supuesto, espectáculos varios: teatros, circos, variedades, cinematógrafos y competiciones de nuevos sports . En ellos se aprecia la evolución estética, desde los grafismos modernistas del XIX a las tintas planas y la tipografía, de clara lectura, ideada por las vanguardias de entreguerras con el art-déco como un nuevo estilo. En España, durante el primer tercio del XX, la cartelería taurina, las ferias y fiestas religiosas generaron coloristas y recargadas composiciones con muchos guiños historicistas y recurrentes tópicos regionales. Turismo, carteles y autores En 1905, para incentivar el auge de los viajes por España, el Estado creó la Comisión Nacional de Turismo que sugería ciertos itinerarios, pero sin editar aún carteles promocionales. En 1911 esta instancia dio paso a la Comisaría Regia de Turismo que alcanzó hasta 1928. La presidió el Marqués de la Vega Inclán, volcándose en fomentar publicaciones, exposiciones, ferias y alojamientos (los primeros paradores). En 1929 nació el Patronato Nacional de Turismo (PNT) promoviéndose ahora la apertura de agencias en el extranjero para atraer más visitantes y oficinas turísticas locales. En Toledo desde 1919 existía su Centro de Turismo en Zocodover. Otro de sus retos fue potenciar las dos exposiciones internacionales previstas de 1929, la de Barcelona y la Hispanoamericana de Sevilla. En esta última se habilitó un pabellón del PNT decorado con carteles alusivos a cada una de las provincias. Para ello se encargaron bocetos a diversos artistas que recogiesen algún detalle de las capitales, panorámicas o monumentos más singulares. Los participantes elegidos fueron pintores, dibujantes, cartelistas como Rafael de Penagos, Eduardo Santonja, Robledano, Loygorri, Capuz o Salvador Bartolozzi . Se les incentivó con un pago de quinientas pesetas y un premio de mil pesetas que otorgaron a los cinco mejores: Juan Miguel Sánchez (por el cartel de Sevilla), Josep Renau (Baleares), Federico Ribas (Barcelona), Carlos Sáenz de Tejada (Córdoba) y Ricardo Verdugo Landi (Málaga). El jurado lo componían Gustavo Bacarisas, José Francés y el crítico de arte, el toledano, Ángel Vegue y Goldoni . Tuvieron una mención especial los carteles de Ávila, Coruña, Palencia, Toledo y Vizcaya. El autor del afiche toledano fue el pintor Roberto Baldrich (Tarragona,1895- Madrid, 1959), cuyo resultado aún se considera como uno de los más innovadores. Paisaje en aerografía El nombre completo del autor era Roberto Martínez-Anido y Baldrich , hijo del general Severiano Martínez-Anido. Inició la carrera militar para dedicarse posteriormente a la pintura y el dibujo, firmado simplemente como Baldrich . Colaboró en Blanco y Negro , ABC y en otros semanarios ilustrados. Incluyó profusamente una idealizada figura femenina en sus ilustraciones publicitarias, en libros y revistas. En 1928 publicó un álbum, Mujeres , con elegantes modelos disfrutando en una terraza, en un bar americano o «en una calle soleada a medio día». «Estatuas vivas de ciudad moderna», decía la revista Nuevo Mundo en 1928. En octubre de 1929, en la Arganzuela madrileña, se dio el nombre del dibujante a una colonia de viviendas del barrio. Baldrich falleció el 6 de agosto de 1959. El premiado cartel de Toledo en 1929 se imprimió en los talleres madrileños de Rivadeneyra. Como el resto de los artistas, Baldrich rehuyó de los inmediatos tópicos folclóricos. Eligió el puente de Alcántara visto desde el paseo de la Rosa con los esquemáticos volúmenes de los edificios coronados por el Alcázar. La parte inferior del rótulo indica: La Imperial Toledo. Museo de España . La panorámica elegida era la que empezó a cobrar auge desde que, en 1857, llegó el ferrocarril a la ciudad. Esto hizo que la puerta de Bisagra dejase de ser ya la única entrada de los viajeros a Toledo. En la mitad inferior del cartel, el río, las laderas y el puente están resueltos en tonos fríos: azul, verde y grises. En cambio, la luminosidad reside en la parte superior con una gama de naranjas y el potente color amarillo del cielo. Más singular es la técnica empleada basada en el uso del aerógrafo, en lugar de emplear tintas planas de guache. Cada color se pulveriza con aire para llegar al papel en forma de minúsculos puntos. Tanto el resultado de este recurso y la sintética composición del paisaje se alejaban de los modelos de la cartelería local de años anteriores. Atrás quedaban densas escenas con largos textos informativos, figuras simbólicas, heraldos, cortinajes y attrezzos historicistas debidos a excelentes artistas toledanos como eran Buenaventura Sánchez Comendador, Angel Pedraza Moriz , Mariano Moragón , Enrique Vera o el dibujante y litógrafo Régulo Redondo que trabajaba en aquella época en talleres madrileños. SOBRE EL AUTOR RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN Maestro, profesor de Secundaria e inspector de Educación. Doctor en Historia del Arte. Investigador especializado en la fotohistoria e imagen de la ciudad Toledo.
