Carmen Mola tiene una «mente de colmena». Esa es la expresión que utilizan Antonio Mercero, Agustín Martínez y Jorge Díaz para definir la identidad colectiva con la que firman sus 'thrillers', escritos a seis manos desde que en 2018 'La novia gitana' se convirtió en un gran éxito. Cuatro años y un Premio Planeta después —el que obtuvieron con su novela 'La bestia' y les obligó a desvelar los nombres que se escondían detrás del pseudónimo— los tres novelistas, llegados a la literatura desde el mundo del guion, recuperan en 'Las madres', ya por cuarta vez, a Elena Blanco, la inspectora que convirtió a Carmen Mola en un fenómeno literario, y acceden a contestar con una sola voz a un buen puñado de preguntas centradas no solo en el contenido y la calidad de esta nueva entrega de su serie más popular, sino también en el concepto de autoría y los vericuetos de la creación en equipo. ¿Qué pasa cuando, al conocer al autor, cambia nuestra percepción de la obra? A ellos no parece importarles mucho: «Hemos escrito igual que cuando nadie sabía que Carmen Mola éramos nosotros». — Yo diría que, incluso, mejor, porque más allá de la trama, adictiva como siempre, se nota en 'Las madres' una mejora importante de la calidad literaria. ¿Hay un trabajo consciente de la forma o es producto de una evolución? —Es un progreso natural. De la misma manera en que nuestro personaje protagonista, Elena Blanco, evoluciona, la voz de Carmen Mola lo hace también. Esta novela está mejor escrita que sus predecesoras en la serie, porque poco a poco vamos afinando nuestro estilo y dándonos permiso para ser un poquito más literarios y, además, más comprometidos: 'Las madres' es también más social, pone sobre la mesa temas de debate muy actuales. «No somos los primeros en escribir en equipo. Tal vez no haya muchos tríos, pero escribir a cuatro manos no es tan raro» —¿Dirían que es mejor que 'La bestia'? —Eso no podemos valorarlo nosotros, no tenemos suficiente perspectiva. Lo que sí vemos claro es el camino recorrido a partir de la crudeza de 'La novia gitana', que era muy directa, y la apertura de nuestro trabajo a otros espacios más reflexivos, como el análisis de personajes o la mirada más analítica sobre determinadas situaciones. Sin duda, 'La bestia' supuso un paso importante para nosotros en esa línea, que ahora continúa con 'Las madres'. — Ese «nosotros» al que recurren constantemente es uno de los elementos más interesantes de su obra. ¿La concepción de la novela como un trabajo colectivo es una herencia del proceso creativo audiovisual? ¿Creen que el futuro de la literatura, su supervivencia, pasará por adaptarse a este tipo diferente de autoría o la consideran excepcional? —El error es ser dogmáticos. No somos los primeros en escribir en equipo. Tal vez no haya muchos tríos, pero escribir a cuatro manos no es tan raro. Afortunadamente, hay hueco para todo tipo de escrituras porque hay todo tipo de lectores. Lo que sí es cierto, en cuanto a la herencia de las dinámicas propias del audiovisual, es que la novela policiaca necesita una trama potente y muy pensada con antelación. Rara vez quien escribe ficción criminal brujuleando llega a buen puerto. A nosotros nos es muy útil la escaleta, una herramienta que aprendimos a utilizar como guionistas de televisión. —Y no son los únicos: Miguel Sáez Carral, Manuel Ríos, Santiago Díaz… ¿Los guionistas están 'colonizando' el 'noir'? —Colonizándolo o no, el guion aporta algo fundamental al proceso creativo: la conciencia de que al otro lado del texto hay un público —en el caso de la novela, un lector— al que hay que hacer partícipe. Hay que entretenerlo, emocionarlo o lo que sea. La literatura de autor parece haber olvidado esta evidencia, no le da importancia al hecho de que, para su supervivencia, es necesario mantener el interés del receptor. La gente más joven, que ha crecido influida por la cultura audiovisual y una clase de narrativa muy diferente a la tradicional, no va a arrimarse a la literatura sin trama. La van a necesitar. En ese sentido, sí es necesaria una reacción para mantener a los lectores. No hoy, ni mañana… aún quedamos amantes de la literatura más introspectiva, nosotros mismos, sin ir más lejos, pero cuanto antes, mejor. —En 'Las madres', si algo no falta, es la trama, compleja y adictiva, como ya es costumbre en Carmen Mola, pero ¿cuál es el tema? ¿Qué querían contar? —El punto de partida de esta historia es la imagen del cadáver de un hombre con un feto dentro. Esa visión nos inspiró un montón de preguntas y nos lanzó a un territorio de exploración: el de la explotación del cuerpo de la mujer a través de la violencia, ya sea mediante la trata de blancas y la prostitución, o de la gestación subrogada. Trabajamos a partir de ahí, pero no con la intención de sentar cátedra. Con nuestras novelas, simplemente, queremos viajar con el lector, plantear un tema e interrogarnos sobre él. «Exploramos la explotación del cuerpo de la mujer a través de la violencia, ya sea mediante la trata de blancas y la prostitución, o de la gestación subrogada» — Y el tema que eligen en esta ocasión, de actualidad constante en el seno del feminismo, desafía la polémica que se desató al desvelar su identidad: tres hombres ocultos detrás del nombre de una mujer. Lejos de alejarles del sector más crítico con ustedes, optan por una cuestión que les interesa… —Será que nos va la marcha —ríen—. Además, Carmen Mola se ocupa de temas relacionados con el feminismo desde la primera novela. Lo que siempre hemos tenido claro es que queremos y debemos escribir con libertad, incluso en esta época en la que es tan frecuente la autocensura y el miedo al desafío de lo políticamente correcto. —Las madres de alquiler son la puerta de entrada a una novela que va mucho más allá y reflexiona sobre la maternidad en general, sin prejuicios y huyendo del maniqueísmo. En esta historia casi todas las víctimas son a la vez verdugos… —Es fascinante como alguien sometido por la vida puede, a su vez, convertirse en un tirano para otra persona. Construimos perfiles poliédricos, capaces de todo… La buena escritura huye de los personajes esbozados de un brochazo, ubicados en los extremos. «A menudo, la distancia que nos separa de los monstruos no es tan grande como creemos» —Son esos grises los que, en 'Las madres', les lleva a presentar un abanico de situaciones nada tópicas. —Así es. Son interesantes las diferentes maneras que tienen nuestros protagonistas de enfrentarse a la maternidad. Eso sí, hay una cuestión sobre la que los tres estamos de acuerdo: la condena a cómo el cuerpo de la mujer se convierte en mercancía. ¿Cómo es posible que algunas sociedades consideren legal esta compra-venta. —Apenas hemos hablado de la maldad que impregna todo buen 'thriller', presente por supuesto en cada página de 'Las madres'. ¿En el cerebro de quién hace el mal siempre encajan las piezas? Para quien lo ejerce, ¿el mal llega siempre justificado? —Normalmente, sí, pero debemos convivir con una certeza aterradora: la amenaza del mal sin motivo, que también existe. En 'Las madres' vamos a descubrir que cualquiera puede convertirse en malvado, que, a menudo, la distancia que nos separa de los monstruos no es tan grande como creemos; y que hay dos formas de terror: el que se ampara en razones que podríamos esgrimir nosotros mismos y aquel que carece de toda lógica y nos remite a la locura, el que nos lleva a plantearnos la existencia del demonio.
