Si alguna vez habéis hecho el ejercicio de rastrear fotografías de los años 90 o 2000, seguramente os habréis encontrado con algo digno de observación. Por aquel entonces cualquier foto llevaba incorporada un flash propio de la CIA y un primerísimo plano expositor de todo tipo de imperfecciones cutáneas y capilares. Años después, todo cambió. Aparecieron los selfies estudiados y el registro documental de cualquier movimiento. Pero, ¿quién podría imaginarse en los 90, con esas fotos pordioseras, que habría colas de horas para posar en algunos lugares turísticos?
Este desmedido afán gráfico, en algún punto, nos volvió completamente idiotas. Hasta no saber discernir cuándo una fotografía puede contribuir a empobrecer tu imagen pública o cuándo se sobrepasa cualquier límite moral. Ocurre periódicamente con las fotos de influencers -o no influencers- en África. Periódicamente vemos cómo turistas posan con niños negros como si fuesen un accesorio fotográfico. “Hoy salgo con sombrero de paja, pantalones, botines y dos niños que encuentre por ahí”. A menudo esos turistas acompañan las imágenes con un texto del estilo: “He aprendido muchísimo de ellos. Gracias por vuestras sonrisas y alegría, nunca os olvidaré”. Presentan a los críos, a la comunidad, al país, sin matices ni contexto, poniéndose a sí mismos por encima de aquellos cuyas vidas y cuya pobreza son un mero complemento visual gana likes.
En este sentido, me pregunto en qué momento la vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís, decidió que un martes de septiembre iba a posar orgullosa delante de la pobreza desmantelada. Me pregunto también si esa mañana abrió el armario y eligió a conciencia la ropa que pegaba para la imagen en cuestión; o si, por el contrario, fue algo improvisado en el momento.
Supongo que a estas alturas ya habréis visto la mentada fotografía. Villacís aparece en primer plano con la mirada perdida en el horizonte y su pierna izquierda adelantada, junto a dos de sus concejales, Mariano Fuentes y Ángel Niño. Mientras tanto, de fondo, unos operarios municipales desmontan unas precarias chabolas de cartón y plástico pegadas a unas vallas, sobre un césped seco y sucio. No hay ninguna vivienda cerca. La fotografía, que compartió en su cuenta de Twitter, iba acompañada de un texto: “Mientras otros les abren las puertas, en Madrid trabajamos por un modelo de ciudad incompatible con la 'okupación'".
El tuit contiene todos los elementos posibles de deshumanización y clasismo. Bong Joon-ho te rueda otra secuencia de ‘Parásitos’ con el tuit y de paso gana otro Óscar. Por un lado, el hecho de fotografiarse delante de un desahucio penoso como si estuvieses enfrente de la Fontana di Trevi de vacaciones. Por otro lado, el uso de la palabra “okupación” para referirse a un conjunto de infraviviendas de cartón apiladas en un arcén. Y por último, el añadido de “ya hemos desmantelado 597 chabolas que generaban insalubridad y molestias a los vecinos. Desde @SamurSocialMAD ofrecemos alternativas de alojamiento y atención social”, sin especificar en ningún momento qué opciones eran esas o a dónde iban a parar esas personas que se quedaban sin techo para dormir. En Telemadrid, además, decía que “hay ciudades que producen un efecto llamada y ciudades como Madrid que evitan estas situaciones”. Proliferan los casos de personas que se iban a mudar a pisos pero que a última decidieron instalarse entre cartones en un arcén debido al efecto llamada; es un fenómeno del que poco se habla.
En una sociedad desgarrada por la desigualdad necesitamos que ciertos valores humanos vuelvan a la política, aunque solo sea por una cuestión de interés electoral propio. Porque conviene recordar que dentro de la amplísima tipología de desahucios, también están los desahucios políticos.