Cuesta trabajo decidir qué deprime más, si la cantidad o la calidad del debate fiscal en España. El mismo país que aplaudía a sus sanitarios, clamaba por los servicios públicos en plena pandemia o constata ahora mismo que la atención primaria está sobrepasada, las citas médicas se miden por trimestres o las residencias y el trato a los mayores apenas han mejorado, corre ahora a hablar de bajar impuestos como si nada hubiera pasado o nada hubiéramos aprendido.
Si hablamos de cantidades, el artificio propagandístico que suele acompañar su anuncio siempre resulta ambiguo y lleno de letra pequeña, de la que nos vamos enterando al tiempo que descubrimos que la rebaja no era para nosotros pero ya no es noticia. El resultado final suele ser que, a la gran mayoría, el pomposo titular de poner dinero en nuestros bolsillo se le queda en poder pagar dos o tres menús del día apañados.
La tercera parte de las rebajas fiscales de los últimos años se han concentrado en el cinco por ciento más rico de la población. A ellos sí les han bajado los impuestos en cantidad, pero, al parecer, debemos alegrarnos todos porque si ellos tienen más, algo nos acabará cayendo a los demás.
Si hablamos de calidad del debate fiscal, basta oír a Moreno Bonilla, llamando a los empresarios catalanes a que corran a domiciliarse en Andalucía como si la sagrada unidad de la patria española fuera un Todo a Cien, para constatar la altura de la discusión. Cuando Diaz Ayuso se queja de que otros traten de colarnos ahora el mismo crecepelo que ella ha presumido de colocarnos estos últimos dos años, más que bajando impuestos parece que vayan de “bajona” fiscal.
En un país donde la carga tributaria la soportan principalmente las rentas del trabajo y el consumo, escuchar quejarse de voracidad recaudatoria a quienes acaban pagando apenas la décima parte de cuanto ingresan o poseen, sólo puede considerarse una broma pesada.
Una las muchas tesis interesantes que Thomas Piketty aporta en su famoso “El Capital en el siglo XXI” consiste en la sólida prueba empírica de la relación que existe entre el aumento de la desigualdad y el vaciado de los impuestos que gravan la posesión de la riqueza. Los impuestos no sólo sirven para pagar las facturas. Su diseño y reparto define el modelo de sociedad que queremos.
Constatar que la réplica ante la bajona fiscal que ofrece la derecha se limita a anunciar un impuesto temporal a las grandes fortunas sólo puede conducir a la melancolía.