Un buen día su vida le habló bajito y al oído, en esas revelaciones que uno tiene según qué momentos. Y le dijo: vete para Sevilla que allí encontrarás lo que buscas. Allí te gustará más la guitarra de Diego del Gastor que la de Keith Richards y tendrás más satisfacción escuchando a la Bernarda que a Mike Jagger . Así debió ser la decisión que trajo hasta nuestra ciudad a Lucy Prescott , una inglesa enamorada del flamenco , que se arrimó al círculo de intelectuales zurdetas y a la flamencura en erupción de aquella ciudad de los sesenta, la que cabía en la Cuadra de Beatriz de Suabia de Paco Lira y se deleitaba con los pollos al ajillo que servía, por entonces, un chavalote despierto y con aspiraciones, llamado Pepe Donaire . En aquella Cuadra había ya purasangres de la bohemia local, el citado Paco Lira, Antonio Mairena, El Piripi, Paco Cortijo , Lucy Prescott… Donaire, me asegura, que escuchó arrancarse a Lucy como si fuera de la cava de los gitanos, en una actuación que no pasó a los anales de la gloria, más bien todo lo contrario. Ella no vino a cantar. Vino a vivir un mundo que le apasionaba, por distante y distinto, donde cada minuto le cundía como un siglo y cada siglo que vivía se lo bebía con coñac . Entre sus amigos se la conoció como la marquesa de 103 o la de Morales. El coñac era su pócima mágica. Lucy, incluso en esa edad en la que las mujeres es metafísicamente imposibles que estén peleadas con la hermosura, nunca fue de talle grácil ni de hechuras rompedoras. Tenía un pisar fuerte, un a demán cuartelero y una simpatía que multiplicaba su escasa dotación para hablar el español . Pronto se hizo una incondicional de la noche , las papas sin freír y los buenos días al sol de la mañana, a los que casi siempre saludaba de la mano de un duende de la algarabía. Manolo Lucas , un bohemio local que se hizo artista en EE.UU., solía acompañarla muchas noches desde su tabernita 'Doncellas' hasta su casa. También lo hacía con una marquesa con apellido de loza cartujana. Nunca se supo muy bien de qué vivía miss Prescott. Unos dicen que Lucy fue militar en el ejército inglés y que, mensualmente, recibía una paguita que le daba aire a la cometa de su vida. Otros mantenían, con cierto secretismo, que la inglesa, dada su familiaridad con los círculos jóvenes más rebeldes al franquismo, informaba a los servicios de su Majestad británica de lo que se cocía por una ciudad como esta. Realmente bebía como un personaje atormentado de Le Carré . Pero estaba más cercano al perfil exótico del inevitable guiri estrafalario que casi siempre era la anécdota cómica del comisario Montalbano . Lucy daba clases de inglés. El poeta Pepe Cala , que la conoció bien, sostiene que en realidad lo que hacía era aprender español, lengua con la que mantuvo unas relaciones poco amistosas. Ricardo Miño , excepcional guitarrista, la recuerda con su hablar enredado y simpático, que le daban singularidad en un mundo tan andaluzado como el del flamenco. Tras una noche de cante y baile, Lucy acompañó a su casa a Ricardo que, aquel día, tenía que llevar por vez primera a su hijo al colegio. Para él no era un buen día, puesto que su hijo comenzaba un largo caminar de obligaciones y esfuerzos que le duraría toda la vida. La cara del guitarrista lo decía todo. La de Lucy, por el contrario, era una fiesta, celebrando el conocimiento del hijo de Miño. La alegría de Lucy se borraba de su cara cuando en la Carbonería de Paco Lira se topaba con un japonés, aficionado a la guitarra flamenca, llamado Saturo . Y tampoco era una fiesta con algunas gitanas, de las que decía que tenían telarañas en el beo… Algo debió de pasarle con el japonés y con algunas gitanas para que Lucy les tuviera esa pelusa. Por expresa orden de Paco Lira, rememora el poeta Rafael Téllez , que echó muchos estrambotes laborales en la Carbonería, a Lucy se le cobraba la mitad de su consumición que, como ha quedado dicho, era de una insobornable lealtad al 103. En un bar de Los Remedios , donde coincidía a veces con Pepe Cala, le habían colocado una especie de bote, de cepillo, para que los amigos depositarán las monedas con las que costear sus largos tragos de coñac. En alguna ocasión, quizás envalentonada por su condición de chica guerrera, le mostró a Cala una revista de pornografía; mientras no sea vigilia la carne es paraíso. Personaje singular A Manolo Lucas, nuestro maestro de taberna de la barra del 'Doncellas', aquel bohemio que se fue de Sevilla para regresar con vitola de gran artista made in EE.UU., le resultaba un personaje singular . Era como una barca en mitad de una mar gruesa, incapaz de mantener caminando un rumbo estable, haciendo del costero a costero su forma más habitual de desplazamiento. Se pasaba las horas muertas en aquella tabernita del barrio de Santa Cruz que, obviamente, contaba con sus citas flamencas para que los habituales no perdieran nunca el compás de la noche. Clientes fijos eran Pablo el generoso, un americano que llegaba e invitaba a repelón; Jorge el alemán , un escritor culto e instruido, al que la priva le ganó el pulso y murió tirado como un charco en mitad de la calle; el arquitecto Ángel Díaz , que se reía mucho con lo que Lucy era capaz de hacer con el español en su boca... A veces, dada la familiaridad de Lucy con la casa, Lucas le pedía el favor de que se llegara a Modesto para que le dieran una ración de gambas al ajillo. Siempre llegaban menos gambas de la cuenta. Lucy dejó escrito un libro sobre flamenco que se lo prologó Antonio Mairena, la única obra escrita de la llamada con todo merecimiento la marquesa del 103. Murió sola, en una pensión de la calle Farnesio , quizás acompañada por esos duendes de los madrugones con los que siempre se entendió divinamente… Vigía Durante la segunda gran guerra, Lucy Prescott, sirvió a su patria desde una torre vigía, alertando de la posible llegada de los alemanes a territorio inglés. Ese servicio le valió para, años después, tener en Sevilla una exigua paga con la que mantener un ritmo de vida que le exigía mucho en tabernas, bares y ventas. En la imagen, tomada sin que Lucy se percatara, la vemos al lado del kiosko de prensa de la calle santa María la Blanca, con cuya propietaria pega la hebra para arreglar el mundo.