No queda claro cuáles son los derechos de los trabajadores que defiende Vox. No solo votó en contra de la reforma laboral o de suspender que se pudiera despedir a un trabajador estando de baja, sino que se ha ido oponiendo sistemáticamente a todas y cada una de las medidas que alivian a las familias a afrontar la crisis económica que primero vino derivada de la pandemia y, ahora, de la guerra de Rusia contra Ucrania. Su programa es votar en contra de todas las medidas que refuercen o garanticen la protección social, los derechos económicos, sociales y culturales. Derechos que son fundamentales si realmente se está al lado de la gente que no llega a fin de mes, esa que ahora dice que tanto le preocupa porque sencillamente necesita sus votos para romper su techo electoral.
El partido de Abascal es como esa marca de tabaco que diría que el tabaco es bueno para los pulmones solo para vender más cajetillas, el tema es que no lo hace porque hay una ley que la obliga a indicar en cada paquete de cigarrillos que el tabaco es malo para la salud, si no, claro que lo haría. Vox hace ojitos a la clase trabajadora, pero no defiende los derechos de los trabajadores. Su programa de gobierno es derogar lo que llaman “leyes ideológicas” que son, ni más ni menos, esas leyes que garantizan y protegen los derechos civiles y políticos, además de la universalidad de los derechos humanos. Derogar leyes que reman a favor del trato digno y luchan en contra la impunidad de los fuertes contra los débiles. Llamar ideológicas estas leyes es una proyección que más bien describe la ideología que está detrás de quienes las atacan: la totalitarista anti-derechos
A la extrema derecha en España le interesan los votos de la clase trabajadora, de la clase obrera, porque sabe de los frutos que esta estrategia le ha dado a Le Pen en Francia desde 2014 y cómo fue precisamente este voto el que llevó al poder a Trump. Como bien analizaba María Eugenia Rodríguez Palop justo entonces, hay una gran incoherencia en levantar la bandera de los trabajadores y a la vez promover rebajas de impuestos para los más ricos. Sin embargo, en tiempos de crisis y de agobio da resultado alimentar no solo el miedo sino sobre todo la desafección de la clase trabajadora hacia la izquierda, tachándola de arrogante y de intelectual, incidiendo en un mensaje: la izquierda ya no defiende sus intereses, sus intelectuales están desconectados de la realidad social. Un mensaje, este último, el de la desconexión de la realidad, que lamentablemente parece cierto observando las guerras que se dan en ese espectro ideológico, por ejemplo, esta última semana, entre periodistas.
Esta receta de la extrema derecha española no es nueva, es un plagio, otro más, de original tienen poco, son un producto de laboratorio, algo así como un “partido in vitro”. No piensa en España ni en los españoles, piensa en cómo llegar al poder. Solo tienen que dirigirse a quienes más están sufriendo la crisis, a quienes no se sienten atraídos por la receta de aumento de impuestos para los ricos y tampoco les convence el incremento presupuestario de las políticas sociales (educación o sanidad). En el partido de Abascal solo tiene que ser capaces de detectar el descontento popular y explotarlo demagógicamente en beneficio propio, y ser creíbles para esa clase trabajadora, algo que ha quedado en cuestión tras el fiasco de Macarena Olona en Andalucía.
En este sentido, es interesante el énfasis que el presidente Sánchez ha puesto en el debate del Estado de la Nación de dirigir sus medidas a “las clases medias y trabajadoras”. Sin embargo, la movilización de la clase trabajadora y de la clase media hacia el voto de izquierda va a requerir algo más que medidas (absolutamente imprescindibles) pues lo que está en juego es la credibilidad y la coherencia, y es muy difícil gozar de esta y hablar de justicia social cuando se gobierna porque no solo las incongruencias pueden ser continuas sino que mucha gente progresista las está padeciendo en sus causas y en sus casas. El disputado voto de la clase trabajadora se juega en el campo de la credibilidad y la coherencia, en el territorio de la honestidad y la cercanía, en el equilibrio entre la defensa de la universalidad de los derechos humanos y de la identidad de clase. Pero, sobre todo, se juega en lo aspiracional, tanto como país como en lo que cada una y cada uno quiere llegar a ser, en cómo conciliar el interés particular con una aspiración común. Un camino que la izquierda en Latinoamérica está logrando cohesionar todos los sentires con todos los derechos. Con credibilidad.