MADRID - No hay indicios, pero es casi seguro que Vladimir Putin no tuvo oportunidad de jugar al truco. Una lástima. El mundo de ese, el juego predilecto de valencianos y argentinos, se perdió de un gran jugador. Y es que el líder ruso es capaz de gritar "envido" con 26, sin importarle los riesgos.
Para aquellos a los que no les gustan ni les interesan los naipes, es como ir a una guerra simulando con maniquíes el triple de tropas con las que se cuenta. El líder ruso viene forzando la tensión al máximo en la crisis en Ucrania con lo poco, pero muy sólido, que tiene a la mano.
Un vasto poder militar -herencia de la vieja Unión Soviética-, sus cuantiosas reservas gasíferas y poco más, desde el punto de vista estratégico; sin una estructura económica competitiva, donde muestra un PBI relativamente bajo, si se la compara con algunas de las más pequeñas de Europa, ni muchos indicios de que eso se revierta en el mediano plazo.
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Con eso le alcanzó para poner a Estados Unidos y a la OTAN en una encrucijada que, por estos días, hacen temer lo peor en la región del Báltico. A la frontera con Ucrania, Moscú movilizó más de 100.000 soldados, al tiempo que realiza suspicaces ejercicios militares en Bielorrusia y obligó a Suecia a trasladar tropas a la isla de Gotland, ante el temor de un inminente ataque, del que viene alertando el Departamento de Estado y el propio Joe Biden, decidido a aplicar duras sanciones y a no dejar de prestar ayuda a Kiev, si fuera el caso.
Putin niega cualquier intento de invasión en Ucrania -país al que él, como buena parte de los rusos, considera como parte de la historia del país- y viene reclamando a la OTAN que abandone la idea de sumar a Ucrania y a Georgia a sus filas y, de paso, que deje de prestar ayuda militar a Kiev. En el ínterin, avanza.
Fuerza la crisis, a sabiendas de que Alemania y buena parte de Europa necesitan de su gas, con el único fin de hacerse fuerte en la región, como si buscara construir otro muro, más estratégico que ideológico y tan geopolíticamente importante como el de antaño.
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Esto es en el marco de esta nueva "guerra fría" que se viene diseñando entre Washington y Pekín acorde a las necesidades de cada uno de estos actores y sin dejar de lado que China está "siempre lista" para recibir el suministro energético que Moscú podría retacearle a Europa, si no se llega a un acuerdo en las próximas horas.
A esa tarea está abocado el secretario de Estado, Antony Blinken, y la ministra de Relaciones Exteriores alemana, Annalena Baerbock y toda la estructura de la OTAN. Blinken ya pasó por Berlín y ayer, por Kiev. Hoy hará una escala en Ginebra donde lo espera un encuentro con su par ruso, Sergei Lavrov. Una reunión con pocas chances de llegar a un acuerdo en lo inmediato.
Pero si Moscú alardea sus necesidades las de Occidente -principalmente las europeas- se reflejan en las advertencias de la OTAN, que viene de ratificar que no cesará la ayuda militar a Kiev, ayudando a que la tensión aumente.
Biden, al igual que el canciller alemán, Olaf Scholz, ya advirtió de que cualquier intento ruso de atacar a Ucrania no será gratuito. Eso mientras Gran Bretaña, Polonia y Lituania envían ayuda militar a Kiev bajo el paraguas de la OTAN.
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Si bien es cierto que el antecedente inmediato que alimenta la crisis y enciende todas las alarmas, es la invasión de las tropas rusas en la península de Crimea en el 2014 y el respaldo de Moscú a los separatistas prorrusos en la región de Donbas, el presidente demócrata no está en condiciones fácticas de entrar activamente en un conflicto semejante, al cumplirse un año de su gobierno. Las encuestas a la baja y la reciente defección en Afganistán así lo recomiendan.
La realidad también sugiere en la misma dirección. Sólo hay que recorrer la situación político-militar en Eurasia, y los problemas domésticos que se acumulan en la Casa Blanca para determinar que el aura de gendarme global de Estados Unidos está en franco retroceso, tal como lo sostiene Alfred McCoy, historiador de la Universidad de Wisconsin-Madison.
Los movimientos rusos en Ucrania y la entente Pekín-Moscú son sólo algunos de los tantos indicadores en esa dirección. Y así como en la guerra fingir la fortaleza que no se tiene es válido, en el truco Putin puede cantar la falta con 26, porque sabe, que en ambas hipótesis, a su compañero de juego le sobran líneas de fuego y cartas para cantar retruco. Fin.