La vida ofrece en ocasiones paralelismos inquietantes. En el cine te cuentan por la tarde la historia de los
Guzzi y cuando llegas a casa, aquella misma noche, enchufas la televisión y todos hablan de los resultados del referéndum del Barça. Te enteras que el heredero de todo un imperio gestionó de mala manera su empresa y que, a causa de las deudas, debió traspasar las acciones y venderla en 1993 a un grupo inversor. Cambias y la voz solemne de una locutora televisiva te aclara que los socios han votando el OK a negociar la financiación del
Espai Barça con un banco inversor por importe de 1500 millones de euros a devolver en 35 años con lo que se generará con las nuevas instalaciones. Y un inexplicable escalofrío te sacude en el sofá. Ya sé que no es lo mismo. No es que no quiera modernizar el Camp Nou y el Palau, que sí, que es necesario y urgente, pero me entra el desasosiego al cuestionarme qué pasará si no se devuelve tanta pasta. ¿Podría acabar el club en manos de un grupo inversor o de un banco inversor dejando los socios de ser los propietarios como les pasó a los
Guzzi? ¿Existe el peligro de convertirnos en un
City, en un United o un PSG, donde ya sabemos quién manda? Y lo que más me perturba, ¿por qué me hago estas preguntas incómodas si es un plan que se viene gestando desde hace muchos años por varios presidentes, por lo que debe estar todo controlado, pensado y bien pensado? Intento no darle muchas vueltas a todo ello, pero estoy intranquilo. Hay que hacer las cosas bien, pero que muy bien, y los socios deben estar encima de todo el proceso. Cuando se haya ya pagado, Laporta irá por los 95 años y
Gavi será un tipo maduro de 52 que estará jugando en el
Barça Legends. Que solo hablemos entonces de aspectos deportivos y no económicos, de por qué no hay forma de traspasar a
Coutinho y a
Umtiti. En fin
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