El sistema político argentino se ha organizado en torno a dos grandes polos, que antagonizan entre sí y que de manera genérica se suelen denominar como kirchnerismo y antikirchnerismo, reproduciendo la clásica antinomia entre peronismo y antiperonismo. Al margen de las etiquetas y los "ismos", lo concreto es que el movimiento que surgió en 2003 con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia, es protagonista de la vida política de los argentinos desde entonces, y que al menos desde el año 2013, la oposición ha ido construyendo una alternativa cada vez más efectiva en términos electorales, obteniendo la presidencia en 2015.
El oficialismo, actual Frente de Todos (que incluye al kirchnerismo, al peronismo del interior y a un conjunto de dirigentes que se fueron alejando desde el año 2003 y retornaron luego del gobierno de Mauricio Macri) viene de una derrota contundente en casi todo el país, incluyendo la provincia de Buenos Aires, su principal bastión electoral. Ninguna remontada entre las PASO y las elecciones generales, más allá de cual sea la estrategia comunicacional, puede contentar a un Gobierno que jugó a plebiscitar su gestión en las urnas, sobre todo en lo que hace al manejo de la pandemia.
Sin embargo, como todo oficialismo, debe mantener la iniciativa, lo que puede ser visto como algo auspicioso o como una desventaja. Si bien tiene la oportunidad de mostrar gestión, está claro que le toca administrar la escasez y su objetivo principal inmediato parece ser negociar un acuerdo "lo menos malo posible" con el FMI. Respecto a ello, cabe destacar que el Presidente ya manifestó que el acuerdo con el Fondo sería remitido al Congreso para su aval en el formato de un plan plurianual de crecimiento.
El otro gran desafío que tendrá el Frente de Todos para los dos años que se vienen tiene un carácter eminentemente político. Las PASO celebradas el 12 de septiembre expusieron dos situaciones: primero, que el oficialismo prescindió de utilizar la competencia interna para dirimir candidaturas y luego, que había en su interior diferencias profundas cuya expresión más explícita fue la carta pública de la vicepresidenta Cristina Kirchner en la semana de los cambios de gabinete. El presidente Alberto Fernández tiene el doble desafío de fortalecer la unidad de su espacio y su propia autoridad como líder del Gobierno. Probablemente ambos estén íntimamente relacionados.
El anuncio de que en las próximas elecciones todas las candidaturas se dirimirán en elecciones internas encierra una autocrítica pero por sobre todas las cosas abre el juego de la competencia en una coalición que lo necesita. Pensemos que se trata de un oficialismo que impuso candidatos únicos en casi todos los distritos mientras veía como Juntos por el Cambio, luego de la derrota del 2019, se revitalizaba en todos los territorios a partir de una multiplicidad de candidaturas que oxigenó la fuerza y, sobre todo, evitó fugas. Sin dudas, haber mantenido la unidad luego de la salida del Gobierno es uno de los principales activos de Juntos por el Cambio.
Remontándonos al origen de la coalición gobernante en el año 2019, al momento de la postulación de Alberto Fernández como candidato a la presidencia la propia CFK reconocía la necesidad de conformar una fuerza política que trascendiera su propio techo. Así fue como pudo confirmarse el apoyo amplio de todos los gobernadores peronistas y la incorporación de Sergio Massa y el Frente Renovador, más algunas figuras de centroizquierda representadas por Pino Solanas, Victoria Donda o Claudio Lozano.
Sin embargo, siempre resultó lógico pensar la configuración de la actual fuerza gobernante como una estrategia de la ex Presidenta para ampliar su base electoral, sumando dirigentes que le tendieran puentes con una parte de la sociedad distanciada del peronismo luego de la experiencia del período 2003-2015. Incluso si el costo de esta amplitud implicaba sacrificar el primer lugar en la fórmula presidencial como finalmente lo hizo. Así, el kirchnerismo se volvió a confundir con el peronismo, al menos por un rato, volviendo a obtener la Presidencia con guarismos por encima del 45% de los votos.
Durante estos dos años ha quedado claro para el Frente de Todos que esa amplitud para disputar una elección encierra muchas menos dificultades que la conformación de una coalición que pueda llevar adelante un gobierno de manera más o menos homogénea. Sin embargo, el problema de la identidad entre el peronismo y el kirchnerismo fue una constante durante los dos periodos presidenciales de Cristina y lo vuelve a ser hoy. En 2009, en 2013, en menor medida en 2015, nuevamente en 2017, y en esta última contienda electoral el peronismo hegemonizado por el kirchnerismo obtiene resultados electorales mas cercanos al treinta por ciento que al cincuenta. Hay una franja de la sociedad que le ofrece un apoyo incondicional pero hay otros sectores que tienen un vínculo más pragmático, asociado al éxito (o no) de la gestión gubernamental pero también a la moderación (o no) en el ejercicio de la gestión política. Con el agravante en esta última elección en relación a si el kirchnerismo ha perforado su piso. Observemos sino la pérdida de votos que sufrió el oficialismo en zonas como el litoral, Córdoba, Santa Fe, o la Patagonia. ¿Podrá el peronismo federal contribuir a recomponer esos vínculos? La designación de Juan Manzur y Julián Domínguez seguramente tenga que ver con ese desafío.
Así, mientras la oposición produce figuras de recambio, nuevos liderazgos, y tiene presidenciables con alto diferencial de imagen positiva (Larreta, Lousteau, Manes, Patricia Bullrich, por mencionar algunos), al peronismo le ha costado encontrar figuras alternativas a Kirchner y a Cristina. Mientras los referentes de Juntos por el Cambio hablan del futuro, de la inserción internacional de la Argentina, el peronismo parece estar a la defensiva. Ha perdido la capacidad de prometer, de hablar de futuro, y si bien el componente reparador y de asistencia los sectores más necesitados está presente, domina en el discurso lo que no se puede hacer por la presión de distintos factores de poder.
¿Se trata entonces solo de un recambio de liderazgos?, ¿Es exclusivamente una cuestión de performance económica en el gobierno? ¿Cuál es el proyecto modernizador que el partido que generó el proceso de mayor inclusión social en el siglo XX tiene para ofrecerle a la sociedad argentina en el siglo XXI? El peronismo deberá barajar y dar de nuevo en materia de construcción política de cara al 2023 si pretende que el instinto de supervivencia no sea el único componente que lo amalgame.