Los sindicatos se tendieron ayer una trampa a sí mismos, demostrativa de su estado de desquiciamiento, y del desgaste y la pérdida de credibilidad que sufren por culpas propias. Viciados por una falta de realismo infantiloide, no tuvieron otra ocurrencia que presentarse ante la sede de la CEOE para protestar ante los empresarios exigiendo que suban los salarios, en una exhibición de cinismo que resulta corrosiva. Cuando gobierna la derecha, las crisis, las subidas de la luz, la pobreza energética, los desahucios, los sueldos bajos, la precariedad, la pérdida de conciliación, o la explotación laboral siempre son culpa del Gobierno. En cambio, cuando gobierna la izquierda, y el Ejecutivo se muestra inútil en la lucha contra la inflación, el déficit, la desmesura del gasto público o la deuda, la culpa es de los empresarios. Entonces, basta con que los usureros que crean empleo suban los sueldos porque solo eso es justicia social. Aparte de comportarse siempre como unos pedigüeños adocenados con los Ejecutivos del PSOE -y ahora de Podemos-, y de granjearse pingües subvenciones para sobrevivir a costa de dinero público, y no de las cuotas de sus afiliados, nunca piden cuentas a esos partidos. Siempre culpan a los demás malversando la realidad y comprometiendo su propia coherencia. Por eso, su devaluación parece irreversible. No son sindicatos de trabajadores. Son extensiones del Gobierno cómplices de la difusión de mentiras masivas sobre la defensa de los derechos laborales.
No habrá un solo español que no quiera una subida de sueldos. Pero tampoco hay un solo empresario que no quiera producir y ganar más para ampliar su negocio, su plantilla y los sueldos. Y todo, por la sencilla razón de que esa será la única prueba objetiva de que le va bien y gana en competitividad. ¿Quién puede oponerse a que los trabajadores reclamen subidas de salario? Es legítimo y deseable. Pero ahí reside la trampa de los sindicatos. En fijar su objetivo en la voluntad de los empresarios y no en sus balances y cuentas reales, que son las que el Gobierno boicotea con sus medidas caóticas y sus previsiones falseadas. Este Gobierno no ayuda al empresario, y los sindicatos los criminalizan injustamente. A La Moncloa, acuden a tomar café con Pedro Sánchez, es de suponer que para celebrar el reparto de la miseria y exigir su cuota de fondos europeos para hacer reformas en sus sedes. Y en cambio, a la CEOE van a esparcir su hipocresía.
Si los sindicatos analizan su volumen de afiliaciones, deben preocuparse. Su crisis no se debe solo a la evolución de los tiempos. Influyen su apoyo incondicional al separatismo, la decadencia de su peso real y sus episodios de corrupción. Con la izquierda en el poder nunca hay motivo para una huelga general, pero con condiciones económicas mucho más favorables, siempre, de manera indubitada, acaban convocándolas contra los gobiernos del PP. Los sindicatos han renunciado a su esencial papel en defensa de los derechos y las libertades para convertirse en protagonistas de un desahogado sectarismo. El suyo, además, es un mensaje demostrativo de debilidad. Aparentan movilizarse para demoler la reforma laboral -ese es su relato- cuando en realidad pactan con la CEOE acercamientos como el que se produjo ayer en la negociación. Consensuar es lo responsable, pero sin cinismo. Su mensaje también revela nervios, como los demostrados por Yolanda Díaz cuando dijo que la derecha podrá ganar, pero no gobernar, porque las calles revueltas no se lo permitirán. Manifestarse ante los empresarios no fue un aviso. Fue solo un ensayo de lo que pretenden realmente: que nadie tenga un segundo de tregua cuando Sánchez deje el poder.