La política en México está polarizada y es absurda, como en otros países. Si en la portada del Financial Times aparecen 11 presidentes ordenados por índice de popularidad, al vocero presidencial se le ocurre publicar que el presidente mexicano es el segundo mandatario más popular del mundo. En la refriega por la contrarreforma eléctrica, sale la doctora Patricia Armendáriz a explicarnos a todos qué es un péndulo y que ahora le toca al Estado administrar la electricidad, y uno se pregunta cuándo la ha dejado de administrar. También sale una reforma fiscal que da un régimen realmente bajo en Impuesto sobre la Renta a las personas físicas pero que castiga a empresas y organizaciones de la sociedad civil. A enfrentar a todos contra todos. Pobres contra ricos, empresarios contra trabajadores, izquierdas contra derechas.
El discurso de rabia se volvió efectivo, y empresas como Facebook lo potenciaron. Ayer el Washington Post reportó que el algoritmo de Facebook premia cinco veces más una publicación de rabia que un pulgar levantado. La sociedad anda indignada porque en la montaña de Guerrero hay casos de familias que venden a las hijas, y el presidente anda también enojado diciendo que eso no es la generalidad.
La teoría del desarrollo en México ha sido que a las minorías marginadas hay que dejarlas fuera de las ciudades. En la era de Marcelo Ebrard en el gobierno de CDMX, sorprendió la noticia de las redadas que recogían indigentes en las calles capitalinas y los llevaban fuera de los límites urbanos. Una reedición humanista de esta teoría es la idealización de nuestro presidente respecto a las pequeñas comunidades y los valores que ellas guardan.
Todos los países desarrollados han tenido un proceso de urbanización. Las actividades repetitivas manuales y pesadas del campo son las primeras que tienen que automatizarse, para que el ser humano pueda tener más tiempo libre e invertir en su educación. Hay quien usaría más ingreso y tiempo libre para beber más cerveza y golpear o vender a las mujeres de su familia. Sin embargo, en la curva de Gauss del pecado, del otro lado del espectro habrá quien use ese tiempo para aprender y superarse.
Hace pocos años, a este columnista lo invitaban a un coloquio de empresarios donde reciben a algún funcionario. Ese día invitaron a Esteban Moctezuma cuando era secretario de educación. Eran los primeros ataques del presidente en contra de la monarquía española.
El columnista sí se había enterado de las atrocidades de la conquista, pero no se había enterado de que en ese foro no podía tomar la palabra. Nadie nunca dijo que no podía hablar. Murió por dentro cuando el secretario Moctezuma dijo que los niños de la escuela pública no aprendían a hablar inglés porque en su casa no se hablaba inglés, no por baja calidad en los maestros.
Así que el columnista tuvo que levantar la mano, y decirle al secretario que sus hijos hablan alemán, y la mamá y él no distinguen entre la disculpa entschuldigung, y un estornudo. Pero, bocón como es, le sugirió al secretario que alfabetizáramos población rural, marginada e indígena en inglés, aprovechando la animadversión del jefe López Obrador contra la corona ibérica. Quizás así podrían moverse a lugares y ocupaciones donde su futuro fuera mejor.
Seguro al secretario le valió sorbete, pero a algunos de los asistentes no. “¿Quién se cree que es para interpelar al secretario?” Seguramente dijeron. No volvieron a invitarnos. El rol dual de economista y crítico de lo público y lo privado genera conflictos de interés.
Si queremos que la gente en lugares remotos no venda a sus hijas, no se dedique a la siembra de amapola, o a cargar el cuerno de chivo, les tenemos que dar opciones en la economía lícita. Eso ocurrirá urbanizándolos. Esas transacciones se detectan más fácilmente en las ciudades, y es posible cambiar los usos y costumbres ancestrales por otros mejores. No es una idea nueva; así pensaba Juárez respecto a los indígenas.
Permitamos que la gente escoja su idioma. Permitamos que quien habla inglés dispute una plaza a un profesor de primaria que no lo habla, pero es titular de la materia. Eso no debería ser una negociación sindical en lo oscurito: es un asunto más importante que el ranking de popularidad del presidente. Un México más justo y competitivo será aquel en donde nadie, ni nada, quede escondido para que no lo vean.
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