Una noche sonó el teléfono en casa de Boris Pasternak. Cuando el autor de ‘Dr. Zhivago’ se llevó a la oreja el auricular, reconoció enseguida aquella voz temida, que le saludaba con cortesía de crótalo. «Buenas noches, Boris Leonidovich». Pasternak imaginó el mostacho de Stalin rozando el auricular de carey negro mientras escuchaba una pregunta a bocajarro que le dejó paralizado como un escarabajo bajo el alfiler del entomólogo: «¿Tú eras amigo de Mandelstam?» ¿Qué decir? Aceptar que sí lo era no iba a ayudar a su amigo en el caso probable de que estuviera ya detenido en la Lubianka (lo estaba) por causa del poema que pocos años después iba a costarle la vida en el gulag. Podía también condenarse a sí mismo. Pero responder que no iba a ser una íntima traición contra el poeta acmeísta y contra sí mismo. Imperdonable. Qué dilema.
El presidente nicaragüense Daniel Ortega ordenó encarcelar a Sergio Ramírez. Es la primera vez que un dictador persigue de esta forma a un premio Cervantes de las Letras. En España la información ha salpicado los medios, pero la república de las letras no ha estado a la altura. Si el afectado fuera algún militante de la izquierda oficial ya habría manifiestos volando como vencejos. Hay intelectuales que tienen el gatillo fácil si la protesta es contra la derecha (el paradigma fue el de mayo pasado donde algún Cervantes firmó contra Ayuso y los «26 infernales años de atentados contra los derechos y la dignidad de la mayoría ciudadana»). El disciplinado grupo de abajofirmantes, sin embargo, no ha tenido prisa ahora. ¡Qué ocasión perdida! Podemos recordar a Padilla, Cabrera Infante o Arenas, casualmente todos de la isla misteriosa, pionera en esto de que la libertad no cunda. O pensar en que la Feria nos tiene a todos ocupados en cosas más importantes. La dignidad y los derechos de Sergio Ramírez, nuestro Cervantes, merecen la solidaridad iberoamericana que denuncie el origen de la infernal persecución: la dictadura surgida de la revolución sandinista que batalló por una libertad que hoy aniquila.
Todo populismo esparce su alergia congénita a la discrepancia mientras se llena la boca con palabras insolentes y causas inquisitoriales. Es la nueva pandemia. Cuando toca retratarse, predomina la urgencia de saber antes de hablar si el fuego es amigo, amigo suyo o nuestro. Si es útil a la causa. Qué dilema.