Volver de un agosto sin escribir es como regresar de unas vacaciones a ninguna parte, de un viaje sin destino, de un alunizaje sin luna. Como si en apenas un mes el mundo se hubiese dado la vuelta y no fuese el mismo del último día de julio, con los embalses de Zamora vacíos y la buena fe de las gentes de los municipios ribereños a rebosar, a punto de saltar por los aires, hartos de que les chupen la sangre y la vida a cambio de nada. Hartos de que sus expectativas de futuro se esfumen con la misma prisa que el agua que escapa rabiosa en los días en que el precio de la luz marca subidas históricas.
Navajazos,...
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