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Bautizamos aquellos moteles como ‘Norman Bates’ porque proyectaban tal decrepitud y tanto mal rollo que, mientras nos duchábamos temíamos la irrupción de Anthony Perkins travestido de mamá momificada para acuchillarnos sin piedad como si fuésemos Janet Leigh. Atravesamos el viejo sur de los USA a bordo de un Chevrolet con el dinero justo, condenados a dormir en establecimientos de cucarachas perdedoras. Los recepcionistas, pakistaníes embarrancados contra su dentadura mellada, se parapetaban tras cristales antibalas. Introducíamos por la ranura un puñado de dólares, nos daban la llave del cuartucho y reacomodaban sus afiladas napias contra la revista porno que les hipnotizaba la rijosa mirada. Tragábamos millas como fieras a la vera del Misisipi y por fin llegamos a Memphis. Un 16...
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