Ni Joe Biden ni su equipo se sienten en ningún modo responsables del hundimiento del precario estado afgano, construido durante dos décadas de guerra con un elevado precio de vidas y dinero. «Son los líderes afganos los que tienen que unirse. Deben valerse por sí mismos, luchar por su país», dijo el presidente el martes.
Tras esas declaraciones, el Pentágono ha decidido enviar a 3.000 soldados a Afganistán para facilitar la evacuación parcial de la embajada de Estados Unidos en Kabul mientras los talibanes avanzan rápidamente hacia esa capital. La misión diplomática quedará en una dotación solo de emergencia.
Se trata de dos brigadas del Marine Corps y una brigada del Ejército, que se desplegarán en el Aeropuerto Internacional Hamid Karzai, según dijo ayer el portavoz del Pentágono, John Kirby. «Esta es una misión de alcance muy limitado para asegurar la reducción ordenada del personal civil fuera de Afganistán», dijo Kirby a los periodistas durante una conferencia de prensa.
Horas antes, la portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, explicó que no habrá más operaciones de combate estadounidenses en Afganistán, a pesar del vertiginoso avance de los islamistas. De las fuerzas armadas afganas, Psaki dijo: «Tienen todo lo que necesitan. Lo que ahora deben hacer es determinar si tienen la voluntad política de defenderse, si pueden unirse para responder».
Momentos antes llegaban a la Casa Blanca noticias de que cientos de soldados afganos se habían rendido ante la guerrilla talibán en el norte del país, la parte desde la que comenzó la invasión estadounidense de 2001. Han caído ya en manos insurgentes una decena de capitales de provincia. La undécima es Herat, capturada según testigos citados por la agencia Ap, este jueves. Los talibanes dijeron que controlaban la ciudad tras el colapso de sus líneas defensivas. En Herat estuvo desplegado el ejército español, que participó de la misión en Afganistán hasta su regreso a casa el pasado mes de mayo.
Los islamistas tienen sus miras puestas en la capital, Kabul, y los últimos informes de inteligencia filtrados en EE.UU. a los medios nacionales aseguran que esa ciudad podría caer en unos 90 días, cortando a la mitad otra estimación de hace apenas un mes.
Ante semejante debacle, la Casa Blanca dice ahora que su prioridad es un acuerdo diplomático. Así que esta semana, los portavoces de Biden han advertido a la guerrilla talibán de que puede quedar aislada en la comunidad internacional si no respeta las reglas del juego democrático. Según dijo Psaki el miércoles, «los talibanes también deben evaluar cuál quieren que sea su papel en la comunidad internacional».
EE.UU. lleva en realidad dos décadas en guerra con esos mismos talibanes, que antes de ser derrocados instauraron un régimen de terror para las mujeres y las minorías religiosas, además de amparar a Al Qaida y Osama bin Laden. Nunca, en estos años, han dicho que entre en sus planes instaurar ningún tipo de democracia.
En la guerra que han librado hasta su retorno triunfal han muerto en total 2.452 soldados norteamericanos en el conflicto más largo de la historia de EE.UU. El coste total de esa guerra en vidas es de 157.000, según un estudio de la universidad de Brown. De ellos, 43.000 son civiles. A EE.UU. le ha costado un billón de dólares formar y entrenar a unas fuerzas armadas afganas que hoy se desmoronan.
Mientras, EE.UU. sigue negociando con esos mismos talibanes que tan rápido y eficazmente avanzan en Afganistán. Están teniendo lugar en Qatar una serie de reuniones entre los insurgentes, EE.UU., Rusia, China, la UE, la ONU y los vecinos centroasiáticos. El régimen iraní fue invitado pero no acudió. Se trata de la ronda de contactos más ambiciosa desde que comenzara el diálogo hace dos años, a instancias de Donald Trump. La voluntad de Washington es demostrar que toda la comunidad internacional, incluidos sus rivales en Moscú y Pekín, hace frente común ante unos talibanes totalmente aislados. Sin embargo, tanto Rusia como China e Irán han mantenido sus propios contactos directos con los talibanes, y sus verdaderas intenciones son un misterio para la Casa Blanca.
El expresidente Trump ha sido muy crítico con la forma en que la Casa Blanca está cerrando las dos décadas de guerra, aunque fue él quien decidió que la retirada debía culminar este año. «Si yo fuera presidente, el mundo descubriría que nuestra retirada de Afganistán sería una retirada con condiciones. Tuve conversaciones con los líderes talibanes en las que entendieron que lo que están haciendo es inaceptable», dijo Trump en un comunicado.
Cuando Biden llegó al poder quedaban 3.500 soldados norteamericanos en ese país. (Las cifras oficiales son de 2.500, pero hace un mes el Pentágono admitió que las había manipulado durante años). Ahora, tras la fecha límite del 11 de septiembre , quedarán en Afganistán solo 650 soldados estadounidenses, para proteger la misión diplomática en Kabul.