Cuando en el año 2003 el periodista franco-español Ignacio Ramonet —en aquel momento director de la revista Le Monde Diplomatique— le hizo la primera pregunta al Comandante en Jefe para su libro 100 Horas con Fidel, ya había leído la inmensa mayoría de las entrevistas concedidas en los últimos tiempos por el principal guía de la Revolución Cubana.
El conocido hombre de prensa —experto en Geopolítica y Estrategia Internacional, profesor universitario, semiólogo y consultor de la ONU—, soñaba con hacer la suya para publicarla también en un libro, a imagen y semejanza de algunos colegas. Sería como una suerte de «biografía a cuatro manos», un texto a todas luces excepcional sobre el pensamiento de un hombre de connotación universal.
Ramonet había conocido a Fidel en 1975 y desde entonces se encontró con él varias veces. Solían dialogar sobre diversos temas, «siempre en circunstancias profesionales y precisas, en ocasión de reportajes suyos en la isla o la participación en algún congreso o evento», dijo luego. Solo pasados unos años decidió solicitarle la entrevista. Fidel accedió de buena gana, en virtud de su crédito de intelectual serio.
Antes de someterse a sus preguntas, el líder lo invitó a recorrer el país y a algún que otro viaje al exterior. Así, a bordo de coches y de aviones, mientras comían, o simplemente caminando, debatieron las noticias del día, sus pasadas experiencias y sus preocupaciones presentes, sin recurrir nunca a la grabadora. Ramonet debió exprimirse luego las neuronas para reconstruir las pláticas a pura memoria.
A fines de enero de 2003 ambos se sentaron a hacer efectiva la entrevista prometida. La terminaron en diciembre de 2005. En ese tiempo se encontraron cada tres meses. No era extraño que los diálogos se extendieran por varios días. Según Ramonet, Fidel nunca puso límites ni mostró reticencia sobre algún tema. «Fue —dijo— como una combinación perfecta entre profesor y alumno, porque cuando te enseña, también aprende».
El entrevistador retrató así a su ilustre entrevistado:
«Su capacidad retórica era prodigiosa. Fidel era un torrente de palabras, una avalancha que acompañaba la prodigiosa gestualidad de sus finas manos. Tenía una memoria portentosa, de una precisión insólita y apabullante. Su pensamiento era arborescente. Todo se encadenaba: digresiones constantes, paréntesis permanentes…
«El desarrollo de un tema le conducía, por asociación, por recuerdo de tal detalle, de tal situación o de tal personaje, a evocar un tema paralelo, y otro, y otro, alejándose así del tema central. A tal punto que el interlocutor temía, por un instante, que hubiese perdido el hilo. Pero desandaba luego lo andado, y volvía a retomar, con sorprendente soltura, la idea principal».
Sobre el título del libro, Ignacio Ramonet comentó luego:
«Al principio lo titulamos Biografía a dos voces, y en la introducción escribí, “100 horas con Fidel”, para explicar de qué se trataba. Pero al Comandante le gustó más 100 horas con Fidel, y fue mejor título, porque encerraba una promesa más interesante, que era la de pasar 100 horas con Fidel».
La trascendental entrevista, suerte de resumen de la vida y el pensamiento del líder eterno de la Revolución Cubana, dio lugar a un texto de más de 700 páginas que, según declaró Ramonet, pretendió «darle la palabra a Fidel Castro, porque si bien es mencionado muy regularmente en los medios de prensa del mundo, casi siempre ha sido para atacarlo, sin posibilidad de que presente sus argumentos, sus versiones».