París, idílica e inspiradora, ha tenido romances con medio mundo menos con el futbol. La obra económica del PSG, un equipo que esconde su nombre entre siglas, intentará por enésima ocasión conquistar el corazón de una ciudad que se ha resistido a las pasiones del juego.
Quizá porque nunca tuvo un cuadro emblemático, porque su Liga no provoca emociones, porque el rugby sigue siendo el deporte nacional, porque son difíciles de convencer o porque no existen símbolos más grandes ni emblemáticos que la misma ciudad, los parisinos nunca se habían identificado tanto con el futbol, salvo, en aquel verano del 98 en el que su selección nacional, representando a la moderna y multicultural sociedad francesa, consiguió unificar un país alrededor de una sencilla pelota.
La llegada de Messi podría cambiar las cosas: por primera vez en la historia, París puede decir que tiene un equipo a su altura. No es fácil lograrlo, pero el PSG llevará la marca París más lejos, al grado de ser nombrado por millones de personas como “El París”, un equipo al que los medios darán un carácter universal.
Diseñado para dominar la Champions League de cabo a rabo, el gran reto de Messi y su nuevo Club no será convencer al mundo, sino encender los bulevares y los barrios de una capital europea donde el futbol no termina de convencer. Una vieja frase atribuida al Rey Enrique VI dice: “París bien vale una misa”; protestante, el pretendiente al trono de Francia aceptó el catolicismo como religión convirtiéndose en una solemne misa para poder reinar.
Hoy, París bien vale un Messi. Junto a Mbappé, Neymar, Di María y Sergio Ramos será imposible resistirse a mirar los partidos del PSG en cualquier competición.
El mejor futbolista del mundo tendrá un proyecto apasionante durante el último tramo de su carrera: hacer al PSG campeón de Europa, llevarlo a la cima del deporte mundial y convertir París, al futbol.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo
