La historia de la 4T bien puede ser —en versión positiva y/o ingenua— la del desencuentro entre un líder bien intencionado, que realmente desea acabar con la corrupción y la pobreza, y los medios escogidos para lograrlo, que resultaron no ser los adecuados. Un problema de fines y medios al que se le pueden añadir otros, como una mala instrumentación, las resistencias de los enemigos del proyecto y hasta el tema de la pandemia que vino a descuadrar las prioridades. Hay que señalar que muchos gobiernos mexicanos y de otros lares han sufrido del mismo mal. Gobernar no es una ciencia exacta y las políticas públicas eficaces suelen escasear, por lo que en no pocas ocasiones, se gobierna a base de ensayo y error. Es parte de la racionalidad de la ciencia política y de la administración pública.
Sin embargo, a raíz del severo deterioro de los indicadores de los principales problemas del país (economía, seguridad, pandemia, pobreza) en este tercer año de gobierno se han agudizado algunos fenómenos (que no son nuevos, ya estaban presentes desde el principio) que hacen pensar que ya no se está frente a un problema político de tipo racional. El primero de esos fenómenos es la incapacidad presidencial de ver y aceptar la realidad, por lo que la distancia entre ésta y el discurso del mandatario crece a pasos agigantados.
En materia de seguridad, frente a la contundencia de una violencia de casi 100 homicidios diarios durante tres años consecutivos, AMLO se aferró a una disminución de 2% para minimizar el problema y sostener su política de abrazos y no balazos. Frente al incremento de la pobreza documentado por Coneval, el contundente “No acepto el resultado de esa encuesta. Tengo otros datos y creo que la gente está recibiendo más apoyo y aun con la pandemia la gente tiene para su consumo básico; y algo muy importante: no ha perdido la fe y estamos saliendo adelante”. Bastan eso dos ejemplos.
El segundo fenómeno, tampoco nuevo, es la incapacidad de aceptar el error y proponer los cambios pertinentes. Que 16 millones de mexicanos hayan perdido a partir del año pasado el acceso a los servicios de salud públicos que ofrecía el Seguro Popular, obligándolos a incrementar el gasto en consultas, tratamientos y medicinas, a costa de dejar comprar alimentos o ropa es trágico y escandaloso. Un error de política pública muy grave, que no es reconocido y que por supuesto no están dispuestos a enmendar. ¿Cuánta pobreza extra y cuántas muertes evitables se contabilizarán en los próximos tres años por la inoperancia del Insabi y la ausencia del Seguro Popular?
El tercer fenómeno, tampoco nuevo, pero ahora más extendido y patético, es el servilismo de su equipo. Al parecer nadie ha sido capaz de discrepar, de cuestionar al presidente, de pedirle rectificaciones; o si lo han hecho no han sido exitosos. Ante algo tan simple como el uso del cubrebocas, la medida más universal para contener el covid, la terquedad legendaria de AMLO tiene su contraparte en el servilismo ad nauseam de Jorge Alcocer y López-Gatell.
No sé como llamar a esto, pero ya no es un problema “racional”, de un presidente bueno que no encuentra las políticas adecuadas. Y para colmo, reta a la oposición a que lo quiten de la presidencia mediante una consulta, como si los votos a su favor resolvieran los problemas del país. Algo está mal en la racionalidad presidencial.
Guillermo Valdés Castellanos