Es la hora del crepúsculo, la frontera entre la noche y la luz. El cielo de Zamora se ha encendido en rosa y puedo escuchar desde aquí, junto al Duero, los gemidos de la mar, su canción de cuna desesperada.
Antesala del sueño, hora mágica en que las madres arrullan contra el pecho a sus hijos y los padres susurran a media voz el penúltimo cuento.
Yo no sé qué letras ponerle al dolor de una joven madre que pintaba de esperanza el reencuentro, el abrazo imposible. No sé qué nana cantarle a dos sirenitas que encontraron sus alas de ángel bajo las aguas y ya nunca despertarán.
Con el corazón en sangre, no sé dónde está la frontera que separa al...
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