Poco después de aterrizar en Europa, Joe Biden citó unos versos de un poema de Yeats. "Todo cambiado, cambiado del todo: una terrible belleza ha nacido". Lo hizo en un discurso en la base militar inglesa que da apoyo al ejército de EEUU para llamar a la concordia, la vuelta de la diplomacia y la reconstrucción de las alianzas rotas entre democracias en los cuatro estrambóticos años de su predecesor. Los versos son de Pascua de 1916, que celebra la insurrección irlandesa contra el dominio británico.
Biden suele presumir de sus raíces irlandesas, aunque en realidad también tiene ascendientes británicos. A diferencia de muchos políticos y de otros presidentes de Estados Unidos, tiene un interés especial en Europa y una opinión contundente en contra del Brexit y de cualquier problema que altere la paz en Irlanda, como está sucediendo ahora con el control de aduanas en Irlanda del Norte por la salida de Reino Unido de la UE.
Ahora Biden incluso está mediando entre la UE y Reino Unido para que arreglen este fleco, presionando en particular a Boris Johnson, sobre el que puede utilizar todo tipo de resortes, entre otros el acuerdo comercial que será vital para un país tan pequeño y ahora aislado como Reino Unido.
En sus décadas en el Senado, Biden sirvió en la comisión de Exteriores y desarrolló un interés genuino en el resto del mundo mientras forjaba relaciones personales con líderes de todo pelo. Como vicepresidente, solía ir a viajes y misiones que Barack Obama prefería evitar. También hacía de Pepito Grillo en contra de las intervenciones militares, como en el caso de Siria o incluso de la operación que acabó matando a Bin Laden.
Los intereses de Estados Unidos en el mundo -esencialmente centrados en mantener su dominio económico y contener las posibles amenazas de seguridad para sí mismo- guían su política exterior de manera permanente, con alteraciones y errores graves en algunas presidencias más que en otras, pero con un flujo constante de fondo. Ahora bien, la visión cínica de que no importa el presidente desatiende a los hechos.
Tener un presidente de Estados Unidos cabal e interesado en lo que pasa en el resto del mundo sí marca la diferencia, especialmente en las crisis. En la más acuciante ahora mismo, la pandemia, Biden ha accedido a cambiar una posición histórica y en contra de lo que defiende su potente industria farmacéutica: la suspensión temporal de las patentes para las vacunas de COVID-19, un primer paso que ha dejado fuera de juego a la UE, que sigue con otras propuestas más tímidas. También ha anunciado ahora que comprará 500 millones de dosis de la vacuna fabricada por la estadounidense Pfizer para donarlas al mecanismo de reparto equitativo de vacunas COVAX. Se trata de conseguir parar la epidemia en todo el mundo, entre otras cosas para que el virus deje de mutar y no vuelva a paralizar también a los países con más población vacunada, como Estados Unidos. El objetivo en última instancia puede ser egoísta, pero otros países no han llegado ahí y Biden ha entendido rápido que ésta es una política nacional y global importante.
Biden tiene una visión conservadora de la política exterior y es difícil que corrija la arrogancia o la precipitación que a menudo ha mostrado Estados Unidos en su historia. Pero tener un presidente que cita a Yeats porque de verdad le importa es algo más que retórica. Que el presidente del país más rico y poderoso del mundo tenga un interés en qué pasa en Irlanda del Norte o en los hospitales de India no es irrelevante. Y que no haga piña con los peores sádicos autoritarios del planeta y prefiera a nuestros imperfectos líderes en las democracias europeas, una buena noticia.
Puede que no todo haya cambiado. Pero algo ya lo ha hecho.