No es cosa menor: ayer amanecimos con la certeza de que, a pesar del clima de polarización política, en 2024 tendremos nuevamente elecciones federales organizadas por el Instituto Nacional Electoral. También sabemos hoy que cualquier deseo hipotético de reelección presidencial está descartado. Finalmente, al menos en el papel, se mantendrá intacto el sistema de pesos y contrapesos, incluida la existencia de órganos autónomos.
También es buena noticia que haya sido elevado el grado de aceptación (silencioso) de los resultados por parte de los candidatos (a pesar de las autoproclamaciones de victoria). Habrá varias elecciones que serán impugnadas y no descartemos que haya incluso anulaciones. Pero la alta conflictividad poselectoral que se anticipaba no se presentó.
(La mala noticia es que, si Morena hubiese perdido varias gubernaturas y la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, quizá la reacción del presidente y Morena habría sido diferente. Seguimos siendo rehenes de quiénes ganan y por cuánto).
Las buenas noticias se acompañan de algunas malas señales.
El proceso de degradación de algunos gobiernos locales. Bajo el mantra de la cuarta transformación, varios candidatos a gobernador y alcalde triunfaron sin la experiencia ni los conocimientos. Bajo la legitimidad que da la marca, se tolera la mediocridad.
Lo mismo ocurrió en el pasado con el PRI: aunque la marca no era tan potente como Morena lo es hoy, ella brindaba recursos y apoyos para ganar. Así surgieron los Duartes, los Borges y los Sandoval.
A ese problema de bajo perfil de varios ganadores del domingo pasado, se suma la penetración creciente del crimen organizado en muchas campañas, así como el temor fundado de que este ya participa activamente mediante la movilización del voto. Cuenta con base social y dinero en efectivo para favorecer candidatos amigables.
(Llaman la atención los márgenes de triunfo de algunos candidatos de Morena en la zona del Pacífico cuando las encuestas pre electorales sugerían otros resultados).
Finalmente, hay el riesgo de no salir del ciclo electoral y persistir –como los adictos—en seguir en la arena del pleito y la confrontación. Así le gusta a López Obrador, pero es necesario ignorarlo para no caer en su juego.
La siguiente elección nacional es hasta 2024, pero ayer el presidente anunció, con una enorme sonrisa en la boca, que ya viene la consulta de revocación de mandato en marzo de 2022. También viene una consulta para investigar a ex funcionarios públicos que se celebrará en agosto de 2021 (la famosa consulta para juzgar a ex presidentes).
Si ayer los votantes ya repartieron el pastel entre varios partidos y candidatos, no hay necesidad de exprimir el ánimo cívico en más ejercicios electorales que solo polarizan sin gestar una mejor calidad de gobierno.
En lugar de enfrascarnos en nuevas campañas para la consulta popular de agosto, los partidos de oposición y otros grupos de la sociedad civil deberían anunciar su “no-participación” y exigir que el gobierno presente las denuncias en contra de cualquier servidor o ex funcionario público que haya cometido delitos. No se requiere consulta para ello.
En lugar de perder el tiempo en preguntar lo obvio tan solo para que López Obrador se cuelgue la medalla de que él sí escucha al pueblo, los partidos deberían exigir desde el Congreso que la Fiscalía General de la República inicie las investigaciones y dé cuentas de aquellas en marcha en contra de ex funcionarios públicos.
Lo mismo para la consulta de revocación de mandato que López Obrador quiere detonar. Bien harían sus adversarios en desairar el intento propagandístico y reiterar lo obvio: el presidente fue electo para un periodo de seis años. Debe quedarse hasta el último minuto y cumplir su mandato. Nada de histrionismos para simular pleitos y denostar a sus adversarios imaginarios.
México debe reposar después de la elección. Bajar el volumen de la estridencia política para que la nueva alineación de gobiernos y congresos se pongan a trabajar. Seguir el juego a López Obrador es opacar la política local y reaccionar como lo hace la pareja codependiente en una relación de amor tóxico: regresar una y otra vez para recibir gritos y chantajes porque no sabes vivir de otra manera.