La primera consecuencia seria de que nadie en el PSOE, y menos aún Pedro Sánchez, haya dado públicamente la cara admitiendo errores en la debacle electoral de Madrid, ha sido la revuelta que ha iniciado Susana Díaz en el partido en Andalucía. Sin consultar a la dirección regional y sin haber tratado de pactar ningún tipo de salida con Díaz, Sánchez impuso días atrás un adelanto de las primarias en esa comunidad con el objetivo de apartar definitivamente a la todavía secretaria general. Sánchez nunca perdonó a Díaz que compitiera con él para dirigir el partido, y menos aún que fuese la principal muñidora de su defenestración en 2016. Después de que Juan Manuel Moreno consiguiese para el PP la presidencia de la Junta andaluza por primera vez en 35 años, Díaz quedó en una posición desairada e incómoda, y Sánchez premeditó una venganza lenta pero inexorable. No quiere a Díaz al frente del socialismo andaluz. Pero ahora, el histórico varapalo sufrido por los socialistas en Madrid ha vuelto a iniciar un incipiente incendio orgánico que amenaza con cuestionar el liderazgo de Sánchez. De hecho, Díaz no ha tardado ni dos días en volver a desafiar su autoridad anunciando que sí concurrirá a unas primarias diseñadas por Ferraz a la medida del sanchismo.
La reaparición de Díaz fue este jueves elocuente: Sánchez ni siquiera la atiende por teléfono, y ha impuesto las primarias con tantas prisas que ni siquiera hay previstos comicios andaluces en el horizonte. Lo que va a ponerse a prueba es el poder interno de Sánchez después de una abultada derrota electoral, y es de suponer que ella no se presentaría si no creyese tener apoyos suficientes como para ofrecer resistencia. El hipotético adiós de Díaz no va a ser fácil de manejar para Sánchez cuando es el propio PSOE nacional el que, ‘sotto voce’, ha empezado a reprocharle algunas decisiones. Principalmente, el diseño de la campaña madrileña, un auténtico desastre de contradicciones y pérdida de contacto con la realidad, pero también, esa obsesiva tendencia a la propaganda y la demagogia en plena recesión económica. Han sido demasiadas las mentiras durante la pandemia, y muchas las cesiones al nacionalismo, al separatismo e incluso a Bildu. Ese es el fondo de la cuestión y el peligro que Díaz percibe para el futuro del PSOE, por encima incluso de sus cuitas personales. El socialismo se ha negado a asumir la evidencia y ha culpado al votante, lo cual es el colmo de la soberbia política, y así lo quiere exponer Díaz. Por eso, las culpas que está dirigiendo Adriana Lastra a Iván Redondo, o la renuncia del secretario general madrileño, José Manuel Franco, son más indicios claros de que pintan bastos.
No obstante, su reto no va a ser sencillo. Sánchez ha creado un partido con purgas y sin disidencia, como demostró este jueves expulsando a Joaquín Leguina y a Nicolás Redondo Terreros, en lo que fue más un ajuste de cuentas interno que una autocrítica. El debate político no existe en el PSOE desde hace años, pero eso no oculta ni el desgaste del sanchismo ni la tendencia de sus votantes. Los resultados del PSOE en Galicia y el País Vasco fueron malos, y los de Madrid, pésimos. Solo en Cataluña, Salvador Illa logró un resultado exitoso, pero irrelevante para gobernar. Además, es de sobra conocido que la letra pequeña de las primarias siempre ofrece las lagunas ocultas para que un líder nacional se imponga de modo autoritario. Por eso, y pese a sus muchos defectos políticos, al menos conviene reconocer a Díaz el arrojo de ser otra vez la primera en encararse con Sánchez.