Nada fácil el escenario internacional y las confrontaciones latentes y efectivas, implícitas y explicitas, que lo caracterizan. Además del universal Covid19 que amenaza con otras cepas, y el cambio climático, la guerra convencional en cualquier momento apenas complemente las otras no convencionales que están en desarrollo. La desleal expansión de los intereses, chinos, rusos e iraníes, por ejemplo, sirven también para extender los proyectos autoritarios por un mundo que aparentemente dirá resignarse al más franco totalitarismo, olvidadas las amargas experiencias que dieron origen y desenlace a la segunda guerra mundial en el siglo anterior, por cierto, interesadamente borrada de la memoria. Hoy, a todas luchas, la confrontación es entre un occidente que alza y realiza el ideario de la libertad y la democracia, el respecto de los derechos humanos y la prosperidad económica, y las fuerzas antioccidentales, fundamentalistas y prestas a aprovecharse de los mercados negros de drogas, capitales, órganos humanos, entre otros, para sobrevivir e imponerse.
El derecho y sus instituciones, como en otras etapas de la historia, parecen no contener lo suficiente a esas fuerzas anti- occidentales que se extienden por el globo terráqueo, manteniendo a regímenes del oprobio, como el venezolano, ayer ejemplo de democracia y relativa prosperidad. A pesar de la crisis de esas instituciones, hay respuestas discutidas y muy elaboradas a lo largo del tiempo, como las recogidas en el Protocolo Mundial de Refugiados (2018), caracterizando al Estado Fallido y al Forajido que pone en peligro a la propia comunidad internacional y a la paz universal. Y frente a esas manifestaciones perversas del Estado que desencadena el sufrimiento de pueblo enteros, cabe la responsabilidad de protegerlos, elevándolo como un principio clave en la defensa de la libertad y del desarrollo limpio, armónico y sostenido de los recursos disponibles por un planeta en peligro.
Nuestro llamado es a enfocar la debida atención al caso de Venezuela que ya tiene a más de siete millones de personas desplazadas y refugiadas en el mundo. Un país sometido a una crisis humanitaria compleja, bajo la más dura represión y censura que inicialmente afecta a la región latinoamericana y sin dudas se hace sentir en todas las latitudes. Porque el régimen comunista que lo caracteriza no constituye un fenómeno aislado, como fue la Cuba de los sesenta que, sin embargo, expotó la violencia y quiso hacerse de sendos misiles atómicos. El régimen que encabeza Maduro es parte de un proyecto continental, afianzado por el Foro de Sao Paulo, que, comenzando por España al subsidiar a PODEMOS, en un pasado no tan remoto, desea extenderse por la Europa occidental y, penetrándolos, hacer su trabajo en Estados Unidos. Hay una propuesta de dislocación mundial en curso para expander la miseria, la muerte, los carteles de la droga, a costa del hambre, la miseria y la desesperación de millones de personas a las que se les niega el más elemental tratamiento médico y sanitario ante el Covid19, incluyendo la vacuna y hasta el servicio de agua. De no parar esto, con una intervención humanitaria de fuerzas militares colegiadas que facilita el TIAR, se hará tarde, extendiéndose la plaga
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