Hay una guasa exquisita en empezar un libro escrito durante el confinamiento evocando la ascensión de Petrarca al Mont Ventoux, fechada el 26 de abril de 1336. Ese día el poeta salió de casa y subió los casi dos mil metros que le separaban de la cima en cuestión «por el mero placer de ver la extraordinaria altura del lugar», es decir, porque sí, y con esa gesta inútil fundó el alpinismo y, de paso, el Renacimiento, que no es otra cosa que «la pretensión de que la luz llegue a todas partes, el ansia de verlo todo». Esto último, un deseo que hoy es motivo de multa, lo afirma Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967) al principio de ‘La...
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