Recluido en una mansión de Florida que en 1924 fue diseñada para servir como una Casa Blanca de reemplazo para los meses en que el frío torna a Washington casi inhabitable, Donald Trump comienza a asomar la cabeza tras el invierno de su descontento. Tras su derrota y su amarga salida, el expresidente empieza a marcar terreno de cara a las próximas primarias, que empiezan el año que viene, y las subsiguientes elecciones al Capitolio. No, Trump no se arrepiente de nada. No se esconde, sólo mide sus tiempos. Y ya tiene una pregunta que ha circulado en dos o tres discursos improvisados a los invitados que pasan a verle —algunos pago previo— por esa mansión de Mar-a-Lago: «¿Ya me...
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