Un joven Rey, con tan solo 19 años, encabeza la marcha de automóviles que va del Palacio Real al Pardo para recibir a su prometida, la joven Victoria Eugenia de Battemberg. Una muestra de modernidad con la que Alfonso XIII pretende deslumbrar a la hija de la princesa Beatriz del Reino Unido, con la que se había comprometido un año antes, en 1905, durante su primer viaje al extranjero. Este viaje tenía como objetivo sacar a España del aislamiento internacional al que estaba sometida desde 1898, pero al que su madre, la Reina María Cristina de Austria, había puesto otro: encontrar a una princesa soltera para contraer matrimonio.
Los Reyes Alfonso XII y su esposa, la Reina Victoria Eugenia, foto de 1917
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"Me voy a casar con una mujer de la que esté enamorado”, decía a su madre. Y se enamoró de la que Azorín escribiría en las páginas de ABC: “Me es imposible imaginar una muchacha más linda, más delicada y espiritual que esta princesa rubia”. El 31 de mayo de 1906, en los Jerónimos, contrajeron matrimonio.
La 'princesa rubia' trajo a Palacio aires frescos. En palabras de la infanta Eulalia de Borbón, tía del Rey, la llegada de Victoria Eugenia “ha sido como un florecer de juventud, gracia y sonrisa en la adusta corte madrileña. Desde que Victoria llegó a España, ella es la guía de la moda. Ella ha hecho en la vida de la mujer española lo que Gavinet pedía para nuestra política: la ha europeizado”.
Los atuendos artificiosos del siglo XIX dan paso a unos trajes que dejan intuir el cuerpo femenino tal y como es. Europa empieza a vivir la conocida como Belle Epoque, una época con una brillante decadencia pero marcada por la alegría del inicio de un nuevo siglo. París marcaba las tendencias. Había que suavizar la figura de la mujer la cual había sido oprimida durante décadas mediante corsés que empujaban el pecho hacia arriba al tiempo que aplastaban el tórax, vientre y caderas. Todo para llegar a la figura de ‘S’, con una cintura de avispa. En unas mujeres ‘entradas en carne’, como marcaba el canon de belleza del momento.
Ya lo dejó escrito Montaigne: “Para tener un cuerpo a la española, ¿qué tormentos no sufrían, tiesas y ceñidas, con grandes llagas en los flancos que pueden llegar a estar en carne viva?”. Y no solo el corsé, debajo de los vestidos llevaban además, pantalón, cubrecorsé y enaguas almidonadas. Récord Guinness.
Estudio del Palacio Pesaro Orfei de Venecia pintador por el propio modisto
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Pasaría a la historia el modisto Paul Poiret como el primero que prescindió de la ‘cárcel’ de la mujer en sus colecciones. Modificó los corsés, en 1909, hasta convertirlos en una faja y un sostén, elevando la cintura a la altura del pecho en una vuelta al estilo imperio. Pero esa liberación duró poco, porque él mismo enjauló de nuevo el cuerpo femenino en unas faldas tan estrecha que no permitían el movimiento. Las mujeres tenían que ponerse unos grilletes entre las piernas para no romper las telas al caminar.
Fue Mariano Fortuny y Madrazo, hijo del famoso pintor Mariano Fortuny y Marsal, el principal artífice de dar a la mujer libertad y comodidad. Sin corsé, las telas armadas ya no tenían sentido, son las vaporosas las que se imponen. Enderezó sus diseños con líneas rectas. Las mujeres debían mostrar curvas, sí, pero solo las que sus cuerpos llevaran de serie. Sus modelos estaban reservados a las mujeres de clase alta, y no solo por su precio, sino porque la gran caída de las telas marcaba cualquier protuberancia, vetando a las féminas que no tuviesen una figura idónea.
Fortuny rompió tabús en Europa, al hacer que sus prendas se llevasen sin ropa interior, un escándalo para la época, y mucho más en España, donde las mujeres todavía utilizaban el camisón ‘para procrear’, imagínense, aquel que tenía una apertura delantera con un bordado que ponía “Dios lo quiere”.
Exposición de modelos Delphos de Mariano Fortuny en Nueva York en 2016Mariano Fortuny abandonó España con tan solo tres años, aunque nunca renunció a sus orígenes. Es más, tal sería su amor a España que un año antes de morir, en 1948, recopiló sus inventos y descubrimientos en una serie de trabajos e inició gestiones para ceder el Palacio Pesaro Orfei de Venecia al Gobierno español a cambio de su mantenimiento, pero fue rechazado. ¡Lo que se perdió nuestro país!, pues hay que tener en cuenta que, no solo sus invenciones en el tintado y el plisado de las telas fue único, sino que en sus orígenes inventó un aparato escenográfico llamado la cúpula Fortuny, que fue el primer juego de luces en los principales escenarios del mundo. Diseñó lámparas de metal y seda que iluminaron salones y museos, considerados verdaderos hitos en la historia del diseño.
Mariano Fortuny y Madrazo nació en la popular Fonda de los Siete Suelos de la capital granadina en 1871. Él se consideraba 'pintor español'. De gesta le venía, pues la reputación de su padre no necesita comentario, y su abuelo materno, Federico de Madrazo, fue pintor de la Corte de Isabel II y director del Museo del Prado. Era heredero de una de las grandes e influyentes dinastías de artistas españoles. Así, dominó la pintura, el grabado, la escenografía, la luminotecnia, la fotografía y, por supuesto, el diseño textil. Fue el mayor y mejor 'mago' en la obtención de colores para sus pinturas y para el tintado de las telas. Conseguía teñirlas de tal manera que dieran el aspecto de ser telas antiguas. Algunos de sus tintados no se han sabido cómo los obtenía.
Con su ropa fascinó a la sociedad europea de la época, no ya solo por lo excepcional de los tintados, sino por la imperecedera elegancia de sus trajes, ya que él no se ceñía a las modas. Sus obras son únicas e irrepetibles. La fama se la dio el vestido Delphos, que data de 1909, una ‘obra de arte textil’, si se me permite la licencia, en honor de la talla de bronce la Auriga de Delfos. El plisado de este modelo de vestido consiste en unos 430 y 450 pliegues. Teniendo en cuenta que no existía artilugio alguno en esa época hasta el desarrollado por él, tiene un gran mérito. Eso sí, luego lo planchaba con almidón y clara de huevo. Se empiezan a vender, en 1920, por todo el mundo: París, Londres, Nueva York… Las mujeres mostraban al mundo su revolución con prendas que no admitían ropa interior y que liberaba completamente su cuerpo. Lucieron sus modelos, entre otras muchísimas, la bailarina Isadora Duncan, la actriz Lillian Gish, la marquesa de Casati.
Pero no solo lo llevaron a lo más alto de la moda los Delphos, túnicas, chaquetas, capas, abrigos evocando indumentarias de estilos muy diversos, aunque fundamentalmente de inspiración tardo-medieval, renacentista y oriental. Capas con capuchón de varios picos que recibe el nombre de burnous; también las llamadas abas, que son túnicas largas y sin mangas en seda o terciopelo que se llevaban como abrigos.
Venecia en esos momentos está invadida por ornamentación árabe, lo que se ve claramente reflejado de sus prendas. También estaba influenciado por sus múltiples viajes a Beirut, donde asistía a los festivales anuales wagnerianos, su gran admiración. Los viajes le trajeron contactos y amistades con personalidades que van marcando su forma de actuar y trabajar las telas. Conoció y entabló amistad con el crítico de arte Ugo Ojetti, con el príncipe Fritz Honelohe, en cuya residencia conocería a Eleonora Duse. En honor de esta actriz italiana diseñó el vestido Eleonora, donde deja al lado las telas vaporosas para que las telas armadas tomen de nuevo protagonismo, recordando con estos vestidos los tabardos medievales, con abanico en las mangas para asemejar la superposición de prendas.
Capa sin mangas, pieza que se expuso en Barcelona durante la muestra de 2010 del modisto
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Muchas de las prendas de este gran diseñador que tenemos en España fueron donadas por su esposa, Henriette Negri, a sabiendas del amor de su marido por su país de nacimiento. Henriette fue un puntal en la fabricación de las prendas de Fortuny. Juntos convirtieron el taller en una mini-industria, donde se elaboraban estampaciones únicas mediante planchas, los plisados ya mencionados, los envejecidos de las telas con brillos plateados y dorados obtenidos mediante la aplicación en las telas de polvos de bronce o cobre. Toda una obra de arte sobre telas.
Durante la II Guerra Mundial sólo salía a la calle para cumplir con sus obligaciones de vicecónsul honorario de España en Venecia, cargo para el que fue nombrado en 1924; dos años antes había sido nombrado a título vitalicio comisario del pabellón español de la Bienal de Venecia. Cargos que llevó siempre con orgullo. Ahora cuando se cumplen 150 años del nacimiento de este gran diseñador bien se merecería un mejor reconocimiento.