No es fácil transmitir el ambiente de una final sin ambiente. Sevilla, sin dejar de ser Sevilla, vivió una situación excepcional: una Semana Santa sin procesiones, una final de Copa sin aficiones. Sin gente, la religión se vive de otra forma; pero el fútbol, sin gente, parece que no es nada.
Como un circo a las afueras de la ciudad, un circo que además no se hubiera anunciado y no esperara nadie, la final fue alojada en la isla de la Cartuja, urbanismo más bien remoto, y se vivió fundamentalmente en el lobby de tres hoteles. Fue durante todo el día un asunto estrictamente privado y técnico, de la comitiva profesional que acompaña a un partido así. Un hecho federativo y...
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