El mes de julio está a la vuelta de la esquina. El tiempo vuela. Es más, la vida misma se te escurre como agua entre los dedos: luego de un simple parpadeo, una mañana cualquiera te encuentras con la realidad de que décadas enteras se han ido para siempre, de que la juventud es un lejano recuerdo y de que los plazos ya no son infinitos como en algún momento llegaste a imaginarlos.
Concretamente, el día 23 de ese mes del calendario gregoriano habrán de ser inaugurados, con pompa y circunstancia (o a lo mejor no, sino sencillamente y sin tanta suntuosidad), los Juegos Olímpicos de Tokio. Lo dice, lo proclama, lo cacarea y lo presume Thomas Bach, el mismísimo presidente del Comité Olímpico Internacional: “No perdemos tiempo ni energía en conjeturas. Estamos plenamente concentrados en la ceremonia inaugural del 23 de julio. Nuestra tarea es organizar Juegos Olímpicos y no cancelar Juegos Olímpicos. No estamos especulando si los Juegos se llevarán a cabo, estamos trabajando en cómo se llevarán a cabo”. ¡Bolas!
Ahora bien, es posible, como lo afirma también el propio mandamás olímpico, que “por vez primera puede ser que no haya multitudes en los estadios” (sí, ajá, es algo probable eso). Y añade: “A todo el mundo le encantaría tener estadios a plena capacidad y multitudes rugientes. Si eso no es posible, respetaremos nuestro principio de que la organización sea segura”.
Muy bien, las Olimpiadas se llevarán a cabo. O, por lo menos, eso es lo que pretenden los organizadores y eso mismo es lo que esperan, ilusionados, todos los deportistas. La epidemia, entre otras cosas, es una condena de oportunidades perdidas, señoras y señores. Justamente, el tiempo pasa y las condiciones físicas que podría haber tenido un atleta en julio de 2020 ya no serán las mismas dentro de seis meses. Está igualmente el tema de llegar justo en el momento apropiado a una competición y de diseñar todo un proceso de preparación para cosechar los frutos en una fecha determinada. En este sentido, y más allá de los intereses publicitarios y de lo que pueda significar la celebración de tan magno acontecimiento para el prestigio de una ciudad, lo verdaderamente importante es el quehacer de los competidores, su dedicación, su entrega y su sacrificio personal.
Si se cancelan definitivamente estos Juegos –los siguientes habrán de celebrarse en París en 2024— miles de atletas se habrán quedado fuera de la gran cita deportiva, de forma definitiva y sin vuelta atrás.
El virus está cambiando vidas y destinos. Y pensar que hace un año no imaginábamos siquiera lo que nos esperaba.