Hace apenas unos días, junto a mi esposa, terminé de ver la cuarta temporada de The Crown, la aclamada serie de Netflix (vamos muy atrasados, me disculpo). Entiendo que, como en toda serie histórica, los hechos sufren modificaciones con fines dramáticos, pero me queda una impresión: que la familia real se preocupaba más por lo que publicara la prensa que por hacer algo por la humanidad.
Después de haber visto las 16 temporadas disponibles español de Grey's Anatomy, me siento con la facultad de diagnosticar enfermedades y hasta de ponerles nombre. A esta la llamo: el síndrome de la Reina Isabel, y es más bien una pandemia.
En México, a estas alturas de la pandemia, raro es el que no ha tenido covid-19, y también es raro aquel político que no padece este síndrome. Socialmente hablando, es aterrador. El ejemplo más evidente es el mismo presidente Andrés Manuel López Obrador, quien dedica gran parte de la “Mañanera” para hacerse la vistima (sic) y asegurar que “nunca habían atacado a un presidente como ahora”.
Claro que le debe calar a cualquiera, levantarse por la mañana, disponerse a desayunar, leer los periódicos y acto seguido indigestarse nada más de leer los encabezados. “Perro no come perro”. En la prensa hay de todo, como en las iglesias. Pero, cuando la Comunicación Social se convierte en la actividad número uno de cualquier gobierno, hay que atenderse, eso es síntoma del síndrome de la Reina Isabel.
Alcaldes, diputados, gobernadores, todos mendigan por una crítica positiva. ¿No me lo cree? Vea nada más como para aplicar una vacuna de covid-19, en medio de una emergencia mundial, los funcionarios primero se avientan un protocolo larguísimo en donde dan santo y seña –eso sí, ante las cámaras- de cómo su administración trabajó día y noche para traer la bendita vacuna, aunque a los países pobres se la están regalando.
Claro que es importante la imagen del Gobierno, claro que la Comunicación Social tiene un papel fundamental, pero por ningún motivo se puede medir el éxito de las políticas públicas con periodico. Si el presidente está convencido de que deben desaparecer los organismos autónomos, lo debe promover, y lo que opinen los columnistas le tiene que valer madre . Los tiene que leer, claro, porque tal vez hay otra perspectiva que no había considerado, pero no puede vivir para alimentar a la prensa.
Como también se evidencia en la serie, muchas veces, la mejor estrategia de Comunicación es quedarse callado y continuar. Si el líder es suficientemente íntegro, podrá responder a cualquier cuestionamiento con la verdad y eso debe bastar aclarar y acallar cualquier asunto. Pero en los gobiernos bananeros, la imagen del líder supremo es más importante que las acciones reales.
Esto trae como consecuencia un desperdicio total del aparato gubernamental, un despilfarro absurdo de los recursos públicos y una cada vez más empobrecida sociedad, harta de vanas promesas que solo se cumplen si hay un fotógrafo que lo pueda documentar. Bien lo decía Chesterton: “No solo estamos todos en el mismo barco, sino que estamos todos mareados”.