Poco o nada ha cambiado el Covid-19 la vieja costumbre de los madrileños de dejar la compra de los productos frescos para el último día antes de Nochebuena. Con la avalancha de clientes que quieren llevarse lo mejor -al alcance de sus posibilidades- para vestir su mesa mañana, los puestos han vivido hoy un paréntesis de «casi normalidad» que prevé extenderse hasta mañana jueves al mediodía. Puestos a rebosar de género y de clientes, con largas colas que obligaron incluso a esperar en fila a las puertas de algunas plazas, que sin embargo han observado cambios significativos en los hábitos de consumo. «La gente se lleva lo mismo que otros años, pero en cantidades inferiores. Hay más pedidos, pero más pequeños. Estamos de trabajo igual que cualquier otro año», explica a ABC Mario Martín desde su puesto de pescados y mariscos selectos José Ramón Martín del Mercado de La Paz.
Las restricciones impuestas por el coronavirus han obligado a adaptar los copiosos menús que se elaboran estas fechas a un máximo de seis comensales. «Eso es lo que más se ha notado», explica. «Respecto a los precios... no han subido mucho», señala. «Están como siempre, carísimo todo», asegura entre risas uno de la decena de clientes que se reparten frente a larga bancada plagada de manjares: besugo (72 euros/kilo); cocochas de merluza (98); langosta (140); o, para quien pueda permitirselo, angulas (1.200). «Me da pudor decir lo que me acabo de gastar», asegura otra clienta de este selecto mercado del distrito de Salamanca, el segundo con mayor renta per cápita -24.433 euros según el INE- de la capital por detrás de Chamartín. «Después de este año tan horrible, habrá que darse una alegría, ¿no?», justifica.
Las tradiciones permanecen fuertes en este punto de la capital y, a pesar de la enorme oferta de géneros, hay clásicos imprescindibles. «La merluza, el besugo, marisco variado...», explica Mario mientras presume de calidad ante su clientela con unos percebes «gordos como un pulgar» (175 euros el kilo). En las carnes, los corderos y cochinillos sí que parecen haber cedido parte de su reinado esta noche a carnes rojas «premium». Parte de una enorme canal de buey con certificado, madurada durante semanas se anuncia a un precio de 99 euros el kilo en otro de los puestos con más historia del mercado: la carnicería Lalo. El tamaño de los chuletones obliga a ser un maestro al horno o disponer de una parrilla. «Menuda chuletita te sale», dice con sorna Lourdes, después de pedir ayuda para leer el precio. «Prefiero el cordero, pero lo compré hace unas semanas cuando estaba más barato», dice para zanjar el asunto antes de proseguir sus compras.
El bullicio y la dificultad para mantener las distancias de seguridad fueron una constante en los estrechos pasillos del mercado, con un ambiente de «cierta alegría». «Hay la misma alegría en el bolsillo que otros años», explica Javier López, que representa a la cuarta generación de la frutería Mari Carmen. En este capítulo, el de las frutas y las verduras, la tradición y las modas van de la mano. «El cardo, por ejemplo, lo traigo de encargo porque cada vez hay menos gente que sepa limpiarlo y cocinarlo. Cada cardo enterrado cuesta 35 euros. Lo tengo también limpio, troceado y envasado al vacío», explica.
Lo que sí que sigue teniendo tirón entre los vecinos del barrio de Salamanca son las lombardas y la escarola. «Vendemos muchas granadas también para hacer la ensalada», explica ante un bodegón de frutas importadas. «La reina es la piña de avión (5,95 euros el kilo). También los mangos (9,95) o las cerezas de Chile (15)», añade. Aunque el protagonista de las cestas de los últimos años, en claro auge, es el aguacate (8 euros el kilo).
En eso, coincide, a varios kilómetros de allí, Silvia Serrano detrás de su puesto de frutas y verduras del Mercado de Maravillas. El trasiego en esta plaza de abastos, una de las más grandes de la capital, es controlado rigurosamente en sus accesos para evitar aglomeraciones en el interior. La «alegría en los bolsillos» no es tan patente como en el de la Paz. «Aquí hay que currar mucho para vender y ajustar los precios», explica. «Me he arriesgado a traer un cardo (30 euros) y no sé si lo venderé o no. Las cosas cambian, antes mi padre tenía decenas colgando del puesto y los vendía todos», comenta a este diario.
Además de la lombarda y la escarola que se llevan «los más mayores», Silvia ha adaptado su oferta a la demanda de su clientela. «Por ejemplo, he vendido dos palés de hoja de plátano (2 euros la bolsa) para las hallacas navideñas de los venezolanos -una masa de maíz rellena de carnes o pescados guisados-. Si tienes la hoja de plátano ya se llevan las verduras para el relleno», comenta tras tres décadas en el negocio. Tener aguacates, aquí, es una obligación. «Yo traigo el dominicano (5,99 euros el kilo) que es el que quieren», añade. «Aquí encuentras de todo. Hace semanas que estoy buscando un coco para mi hija y no había manera», explica Guillermo. «Hoy no tengo de los verdes, pero lo suelo traer también», advierte Silvia.
Menos efusividad a la hora de comprar ha notado también otro de los decanos del pescado en Maravillas: Antonio Municio. Su bancada es un bodegón de merluzas (38 euros el kilo), doradas salvajes (48 euros) y todos tipo de crustáceos. «Aquí, por lo menos, se nota que hay menos dinero en el bolsillo. También hay menos gente que otros años. Está siendo una Navidad un poco atípica», destaca.
Más allá de los precios, muy a la par comparando gamas y calidades de los productos, lo que se observa es la convivencia de un público mucho más heterogéneo y, en términos generales con menos poder adquisitivo -la renta per cápita del distrito es casi un 39% menor que en Salamanca-. «Eso se nota a la hora de gastar», explica Hans Sánchez, tras 17 años al frente de la carnicería H&R. «Aquí, en Navidad, se vendía antes mucho cordero y cochinillo. Ahora lo que más vendo con diferencia son paletas de cerdo enteras para asar. Pesan unos seis kilos», explica. Su precio, muy económico, no supera los 4 euros por kilo.
Las aves también han irrumpido con fuerza en los últimos años: el capón (7 euros por kilo), las pavitas, los pavos, pulardas e, incluso, aves de caza como faisanes. La casquería es otro de los fuertes, incluso en estas fechas. «En mi casa nunca faltan unos callos a la madrileña en la comida de Navidad», confiesa Aurora, clienta de toda la vida. Las tradiciones, los gustos y la «alegría» en el bolsillo, van por barrios.