Casi a la misma hora que se presentaba ayer en Madrid una exposición del «divino» Rafael tenía lugar en la capital otra del «vándalo» Banksy. Dos artistas con legiones de seguidores, separados por cinco siglos y que, salvando las distancias, revolucionaron a su modo el lenguaje artístico de su tiempo y jugaron con los espectadores. Uno, a través de frescos y tapices (frescos móviles); el otro, del grafiti y el arte callejero. En febrero, para conmemorar el quinto centenario de su muerte y solo durante una semana, volvían a ver la luz en la Capilla Sixtina los diez tapices que el Papa León X encargó en 1514 a Rafael («Los Hechos de los Apóstoles») para decorar la sala más hermosa del mundo, bajo la creación del mundo de Miguel Ángel.
Los cartones, pintados a la acuarela y al temple sobre papeles encolados por Rafael y su taller, fueron enviados en 1516 a Bruselas, donde el príncipe de los tapiceros, Pieter van Aelst, y su prestigiosa manufactura, tejieron en seda, lana, oro y plata, las composiciones concebidas por el príncipe de los pintores. Cada cartón costó 100 ducados; cada tapiz, 1.000. Los diez se tejieron entre 1516 y 1519/21. En ellos Rafael dio rienda suelta a su genialidad con grandiosos paisajes y escenarios arquitectónicos; recupera la Antigüedad clásica, demuestra su dominio del color y la luz (aporta tridimensionalidad a las composiciones), una novedosa perspectiva espacial y geométrica y su capacidad para reflejar sentimientos y emociones. Sus contemporáneos decían que era «la più bella cosa» del orbe, como explica Concha Herrero, conservadora de Patrimonio Nacional y comisaria de la exposición «Rafael en Palacio. Tapices para Felipe II». Rafael sólo pudo ver colgados siete de los paños en la Sixtina en diciembre de 1519. Murió prematuramente en 1520, a los 37 años.
Fue tal el éxito de esta serie, la más célebre del Renacimiento, que las grandes Cortes europeas quisieron tener la suya propia y encargaron o compraron reediciones, realizadas por distintas manufacturas. Fue el caso de Francisco I de Francia, Enrique VIII en Inglaterra o Felipe II y Felipe III en España. Cada cual tenía su propio fin: estético, religioso o político. Las dos primeras se han perdido. La de Francisco I fue quemada en la Revolución Francesa, tras arrancarles los hilos de oro. La segunda pasó a manos del marqués del Carpio y más tarde de la Casa de Alba. Acabó en Berlín. Fue destruida en 1945 en el Kaiser-Friedrich Museum durante un ataque aliado en la II Guerra Mundial.
La serie de Felipe II es la de mayor calidad y mejor conservada. No la encargó el Monarca, sino que fue adquirida en el Pand de los Tapiceros (célebre mercado de Amberes), posiblemente en uno de los dos viajes de Felipe II, siendo aún príncipe, a los Países Bajos: 1549 y 1555. Es la que se exhibe, por vez primera al completo, en la Galería del Palacio Real, hasta abril de 2021. No tiene la muestra una entrada propia, se incluye en la visita al monumento, con un precio único: 6,5 euros, hasta el 15 de diciembre. A partir de esa fecha se prevé que su precio sea el habitual: 13 euros. Los paños de «Los Hechos de los Apóstoles» solían exhibirse, durante celebraciones solemnes y ceremonias litúrgicas (como el Corpus Christi), en la capilla del Alcázar. Felipe IV, gran admirador de Rafael, incluyó «El Pasmo de Sicilia», del artista. Este lienzo, junto con otros de Rafael que se hallaban en los Sitios Reales, están hoy en el Prado. Patrimonio Nacional sólo conserva algunas copias de sus óleos, advierte la conservadora Carmen García-Frías.
La serie de Felipe II fue realizada en la manufactura de Jan van Tieghem y Frans Gheteels, como se aprecia en los monogramas bordados en los orillos de los laterales de los tapices [TAG y FNVG]. A diferencia de la serie princeps vaticana, la de Felipe II está tejida solo en lana y seda, lo cual ha permitido que se conserve mejor que aquella. Los hilos de plata se oxidan y pudren la lana y la seda. Como curiosidad, explica Concha Herrero que, cuando acumulaban una pátina gris, estos tapices se bajaban en carretas y se lavaban con jabón en el río Manzanares. Después, se extendían para secarlos al sol. Ello ha producido que, pese a la calidad de los tintes, los colores originales de las obras hayan perdido su intensidad: en el reverso, oculto por un forro, el color es 3 ó 4 veces más potente. Pero, en general, el estado de conservación es «muy bueno». Se restauraron por última vez hace nueve años.
Hay otra diferencia entre las reediciones y la serie papal: ésta consta de diez tapices; el resto tiene sólo nueve. El motivo es que el décimo paño (de apenas un metro de anchura y dedicado al pasaje de la prisión de San Pablo) se concibió como un suplemento, debido a la estructura de la Capilla Sixtina.
«Los Hechos de los Apóstoles» se compone de dos ciclos: el petrino (dedicado a San Pedro y que consta de cuatro tapices) y el paulino (centrado en San Pablo y con cinco paños). El primero se ha instalado en el ala norte de la Galería en torno al Patio del Príncipe. El segundo, en el ala este. Los dos primeros tapices de la serie se exhiben juntos. Fueron concebidos por Rafael como una panorámica del mar de Tiberíades. «Es el paisaje más espectacular hecho en tapicería», según Concha Herrero. Aparte de esta escena de los Evangelios, los monumentales tapices (algunos superan los siete metros de anchura) constituyen una secuencia narrativa con pasajes del Nuevo Testamento que, explica la comisaria, Rafael pedía que leyeran en voz alta en su taller mientras concebía las composiciones de los cartones. Cartones que, por cierto, salvó Rubens. Como buen diplomático, aconsejó a Carlos I de Inglaterra que adquiriera los siete que estaban en Génova. Cuando el Rey fue ejecutado, fue Oliver Cromweld quien evitó su venta en la llamada Almoneda del Siglo. Se quedaron en el Reino Unido. Hoy se hallan en el Victoria & Albert Museum de Londres. Aunque advierte Concha Herrero que «hay algunas dudas acerca de si son de Rafael, de sus discípulos o copias de algún taller de Bruselas. Se está llevando a cabo un estudio internacional».
Felipe III se hizo con una reedición tejida hacia 1614 en los telares de Bruselas de Jan Raes II y Jacob Geubels II. No se sabe si la adquirió para el Monasterio de la Encarnación, fundado por su esposa, Margarita de Austria, o fue un regalo de los archiduques de Austria. Cuatro de los paños de esta serie lucen en el Salón de Columnas del Palacio Real. Patrimonio Nacional cuenta con la mejor colección de tapices flamencos del mundo (unos 500), amén de más de 800 de fabricación española.
Hasta 1989, explica Concha Herrero, los tapices se almacenaban apilados unos sobre otros, y doblados, en bandejas. Desde entonces se conservan enrollados en cilindros (así sufren menos) en los almacenes del Palacio Real. Para esta muestra se usó la capilla del Palacio como sala de operaciones: allí estuvieron los nueve cilindros con sus respectivos tapices hasta que éstos se instalaron en la Galería. Según la comisaria de la muestra (que se completa con un microsite en la web), «Rafael nunca entró en rivalidad con Miguel Ángel por las obras de la Capilla Sixtina». En el noveno y último tapiz, Rafael incluyó entre los filósofos los retratos del Papa León X y el humanista y teólogo Janus Lascaris, amigo del artista, que, sin embargo, no se autorretrató como hizo en «La Escuela de Atenas».