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La decisión adoptada por el Gobierno y por la inmensa mayoría de comunidades autónomas para flexibilizar algunas restricciones durante las celebraciones navideñas, y permitir así encuentros familiares de hasta diez personas, un toque de queda más tardío, y una perimetración más laxa de las ciudades, es a priori una medida razonable si se acomete con enorme responsabilidad individual y colectiva. Por desgracia hay que seguir asumiendo que la situación de España es dramática aún en contagios y muertes, y que cualquier exceso contribuirá a una tercera oleada de gravedad incierta. Al menos, el Reino Unido avanzó ayer una medida inminente y esperanzadora al anunciar que desde la próxima semana empezará a vacunar a sus ciudadanos. Las aparentes garantías de la vacuna con la que ha ensayado y la autorización expresa de Downing Street permiten al menos soñar con que el final de esta pesadilla queda al fin un poco más cercano para todos.