Luis Piedrahita es sin lugar a dudas uno de los más importantes monologuistas del panorama español. Su propia carrera profesional es la mejor representación de la historia del stand up en España. Formó parte del primer equipo de guionistas que lanzó El Club de la Comedia en Canal+, en 1999. Allí mismo saltó al escenario un par de años después. Desde entonces, se ha convertido con el tiempo en una de las figuras referentes del humor tanto a través de sus colaboraciones en radio y televisión como de sus representaciones teatrales.
Para este cómico gallego, cumplidos ya los 43 años, el humor es parte inherente a su propia existencia. Según explica, "es una tendencia irrefrenable, es una manera de ver la vida casi nihilista: intentando ver lo miserable que es el lugar que ocupamos en el universo, dándote cuenta de que nada es tan importante como te han hecho creer. Que todo es muy absurdo, muy ridículo, y por lo tanto muy divertido. Creo que veo la vida de esa manera, entiendo el humor como algo que tiene que estar más cercano a la poesía que a la batalla, algo más constructivo que destructivo, algo más algo más cercano al amor que al odio. Humor y amor, se parecen tanto esas dos palabras, entendidas siempre como un arma de construcción masiva. Así es como veo yo el humor y me siento afortunado de poder dedicarme a eso profesionalmente.
En la actualidad, sigue colaborando habitualmente con El Hormiguero y con La Ventana de la Cadena SER. Estas semanas se puede asistir a su último espectáculo, Es mi palabra contra la mía, que se representa los viernes y sábados en el Teatro Callao. En principio, se mantendrá en cartelera solamente hasta finales de diciembre.
¿Cómo manejas la comedia en la relación cara a cara desde el escenario?
Nosotros, los cómicos, cuando estamos en el escenario, estamos muy atentos a lo que sucede en el patio de butacas por si a lo mejor es un regalo que podemos aprovechar e incorporarlo en el show. Muchas veces hay gente que se ríe de forma peculiar. Hay gente que se ríe para dentro, que dices: "Este señor, como siga riéndose para dentro, se va a inflar, y va a acabar explotando". Hubo un tipo que se reía exactamente igual que como suenan los semáforos de la Gran Vía. Yo estaba muy despistado, y cada vez que refería a su conducta, él se reía más. Le dije: "Señor, me parece genial que usted se ría como el semáforo, pero se lo pido por favor: tenga cuidado. No sea que esté un día en ese cruce, le entre la risa, cruce un ciego y lo vayan a atropellar".
¿Y buscas la interacción con los asistentes o surge espontáneamente?
Bueno, a veces la comedia te viene de forma directa. Una situación casi surrealista, que me sucedió además hace en Es mi palabra contra la mía fue que una señora dio a luz en el teatro. Yo había visto entrar a aquella señora muy embarazada al inicio del show. En mitad del espectáculo empecé a escuchar lo que yo creía que era una risa peculiar, una especie de alaridos, grititos. Yo dije: "¡Bueno, señora, se está usted riendo muy extraño!" y de repente alguien dijo: "¡Es que está dando a luz!". Hubo una carcajada brutal porque nadie se lo esperaba. A lo que yo le dije: "Pues señora, si usted necesita abandonar el teatro, no hay ningún problema. Pero me da usted la enorme satisfacción de que, aunque en mi espectáculo muchas veces la gente se muere de risa, esta es la primera vez que nace una persona de risa".
¿Recuerdas si hubo algún momento concreto de tu vida que te llevara a ser cómico?
Yo me di cuenta de que no podía ser otra cosa que cómico a los 14 años, más o menos. Estaba ensayando unos juegos de magia, y mi madre me estaba cortando un poquito de jamón en la cocina. Cuando ya casi tenía el juego preparado le digo a mi madre: "Mamá, ven a ver el juego que lo tengo listo". Ella me dice: "No, no. Ven tú a la cocina, que me he cortado".
Resulta que en esa época yo no quería ser cómico bajo ningún concepto, y la magia era una afición, como otra cualquiera. Entonces, lo que sí quería ser yo, mi objetivo en la vida, mi deseo, mi vocación era ser médico. Eso es lo que yo quería ser. Entonces, cuando mi madre me dijo "me he cortado el dedo", yo lo dejé todo y fui a socorrerla. Me encontré a mi madre metiendo la mano en agua tibia para cortar la hemorragia. Yo la veo y digo: "No, no, a ver, mamá. El agua, caliente no, tiene que ser agua fría. Y, por favor, eleva la mano, por encima del corazón para que se corte la hemorragia". La socorro allí un poco, soluciono el asunto, le levanto el brazo… y, en ese momento, me pongo blanco como la miga de pan y me caigo redondo. Claro, yo no sabía que me desmayaba al ver la sangre. ¿Cómo iba yo a querer ser médico si me desmayo al ver la sangre?
Menudo panorama. El aspirante a médico tirado por los suelos y su paciente con una mano ensangrentada en alto…
No, no llegué a caerme al suelo. La situación fue todavía mejor. En ese momento, mi madre, con una mano elevada para no seguir sangrando, ve que su hijo se desmaya y no le queda otra que agarrarme con su otra mano. Con su hijo desmayado, mi madre no podía hacer nada. Entonces se le ocurre una idea genial: engancharme de los dientes a uno de los pomos del armario que hay encima del fregadero.
Entra mi hermana en la cocina, ve la situación porque oía gritos, y dice: "Veo que estáis de broma, me voy", y se va muriéndose de risa. Entra mi padre y me encuentra a mí enganchado por los dientecillos en el pomo, y a mi madre sangrando. Ella me descuelga, y yo, medio desmayado, le digo a mi padre: "Papá, hay que llevar a mamá al hospital a que le den puntos en la mano, que se ha cortado". Él escucha y dice: "Yo no puedo, que estoy descalzo".
¿Y a qué conclusión te llevó aquella experiencia?
La sensación de surrealismo, de ilusiones truncadas, de "ya no voy a poder ser médico", y descubrir una desmayabilidad con la que yo no contaba me hicieron pensar que yo solo podía ser cómico. Que soy un imán para el patetismo y que la desmayabilidad es una virtud que da mucho más siendo cómico que siendo médico.