En este mismo espacio, apenas en agosto pasado, lamentábamos el arribo a la cifra de 50 mil muertos en el país a causa de la pandemia. La cifra resultaba ya indignante ante la pasividad y hasta conformismo de las autoridades federales responsables de prevención y atención a la población afectada. Hoy el subsecretario Hugo López Gatell fustiga a la prensa “publicitaria” que resalta la numerología y que, por razón obvia, puso énfasis en la escandalosa cifra de los más de 100 mil fallecidos en México. ¿Cómo puede quejarse de eso quien durante nueve meses no ha hecho otra cosa que dar cifras todas las tardes y practicado a diestra y siniestra su manipulación? A estas alturas, tiene razón el funcionario en ello, ya la cuestión numérica no es lo más importante sino el impacto social y humano que está dejando el manejo evidentemente inepto de una epidemia de tan enorme proporción. Aun así, el gobierno lopezobradorista sigue pensando que esto le vino “como anillo al dedo” a su llamada 4T, según el último refrito de la desafortunadísima frase presidencial de hace tiempo, ahora en boca de su titular de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval.
La verdad es que cuando efectivamente se llegó a los cincuenta mil, el tema no mereció ni siquiera una elemental evaluación de qué se estaba haciendo bien o mal. Con un “minuto de silencio” y banderas a media asta se resolvieron las inquietudes mentales de los gobernantes -si es que alguna vez las han tenido-, y asunto resuelto. Pero al cumplirse los cien mil, las cosas llegan al extremo en las consideraciones simplistas y hasta la vanagloria de lo que para cualquiera no significa otra cosa que el rotundo fracaso de las políticas públicas. Entre un secretario de salud que de gran científico prefiere de manera inexplicable optar por el papel de vasallo sin dignidad alguna, o el que realmente manda en ese sector, o sea López Gatell, con una insensibilidad tal que califica solamente de “inusual” que el país tenga tantos fallecidos por una sola causa, la verdad suena casi a burla que el presidente de la república les reconozca públicamente como “los mejores del mundo”.
En estos momentos ya no hay quien no conozca o no haya sentido muy cerca, a afectados por el covid o incluso sufrido su pérdida, entras a redes sociales y oh triste sorpresa que te llevas, pues más parecen obituarios por las muchas lamentaciones debido a la partida de algún conocido. El entorno se muestra cada vez más enrarecido, las medidas de confinamiento, autoestablecidas y en algunos aspectos obligadas o reguladas por la autoridad, están llevando a un desaliento que en ocasiones estalla, como sucedió en los días del “buen fin” que esperemos, pese a la necesidad de la reactivación, no termine por ser el peor de todos los fines debido a las incontenibles aglomeraciones. Los sentimientos se muestran sumamente encontrados en el seno de la familia, en el trabajo y en la vida social. De forma balbuceante se abren esperanzas y en el caso de Jalisco ya hasta se prevén temerariamente fechas para la reapertura de escuelas para las clases presenciales que para entonces casi serán las primeras en cerca de un año. Así se nos ha ido el tiempo y la vida, así nuestra generación ha debido padecer las consecuencias de un mal que a todos algo o mucho nos ha quitado.
¿Cómo entender a un gobierno que proclama éxitos por el manejo a todas luces tan torpe e ineficiente? ¿La vacuna? Claro que será la única, la última esperanza en la que confiamos todos, pero aun en el mejor de los casos esto no borrará el mal que ya se ha hecho, el intento falaz que se consuma en las primeras horas de la mañana o en las últimas horas de la tarde. Los resultados no mienten, las cifras, que seguramente son mucho más graves que las que se manejan oficialmente, están a la vista. Los fallecidos, fallecidos están, diría con desparpajo y total cinismo un subsecretario que no tiene empacho en seguir plegado al capricho político de su jefe en vez de tener un asomo de dignidad y dejar el puesto. Pero, a fin de cuentas, de nada serviría, de continuarse, como hasta ahora, del engaño culpable al cinismo simple y llanamente rampante.
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