En «Las barbas del profeta» (Seix Barral) Eduardo Mendoza vuelve la mirada a la Historia Sagrada que incentivó su imaginación entre el verdor, casi parduzco, de aquellos pupitres escolares años cuarenta moteados de manchas de tinta. Las horas, recuerda el escritor, «transcurrían con lentitud de plomo» hasta que llegaba la clase de Historia Sagrada.
Aunque Mendoza no es creyente extrajo de aquellos episodios bíblicos provechosas enseñanzas para la vida; aprendió, según confiesa, «a distinguir lo imaginario de lo real, si por real entendemos el escuálido mundo material que nos limita».
Entre los capítulos de «Las barbas del profeta» nos llama la atención el de la travesía del desierto por su relación metafórica con la «escuálida» Cataluña que parasita el secesionismo. Escribe...
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