La pandemia que tiene atrapado al mundo y obliga a millones de humanos al confinamiento ya no sólo es tema y conflicto de una gran cantidad de películas de todo tipo sino un potente motor para la imaginación y la creación de discursos que, al mismo tiempo que sirven de terapia, también materializan los miedos, las angustias y las reflexiones alrededor del peligro y la obligada distancia social. La necesidad de nutrirse y entretenerse con películas y series, de observar, comunicar y reflexionar acerca de la nueva experiencia encontró en las herramientas digitales y el espacio virtual un universo de expansión abierto y ávido de mensajes y visitantes.
Miles de creadores solitarios, pequeños equipos de trabajo y las grandes empresas del cine bajo demanda se pusieron a trabajar. Como uno de los resultados audiovisuales del confinamiento nació la serie Social Distance (Distancia social) producida por Netflix entre marzo y mayo del 2020 y estrenada a mediados de octubre. Sobre la base de un concepto de Jenji Kohan (Orange Is the New Black) y la dirección de Diego Velasco, la antología de ocho cortometrajes de alrededor de 20 minutos de duración, narra historias y situaciones provocadas por el coronavirus, el confinamiento, la convivencia forzada y la necesidad de comunicación. Aunque la descripción no suene demasiado atractiva, la serie es innovadora ya que el guión y la grabación fueron hechas en estricto aislamiento y por actores que manejaron sus propios teléfonos celulares, tabletas y computadoras con la aplicación de face time, reuniones por medio de la plataforma zoom, mensajes de instagram, whats app, correo electrónico y demás herramientas digitales.
Las plataformas, herramientas digitales y redes sociales no son sólo vehículos de conversación de “teatro filmado” sino elementos narrativos que permiten la comunicación entre los personajes y la interactuación con el espectador. Los primeros planos de personajes que sostienen una conversación por skype, face time o zoom son completados con correos electrónicos, voces grabadas y fotos que componen un relato multimedia. Más que historias, los cortometrajes narran situaciones que derivan de la cuarentena, el aislamiento y la separación. El espacio único, sin embargo no es estático. Los conflictos se desarrollan y tienden hacia un desenlace sorpresivo. Así observamos, por ejemplo, a un joven que por soledad empieza a grabar escenas de vida con una maceta, a un joven padre que cuida a su berrinchudo hijo mientras en la habitación de al lado está su esposa enferma de Covid y una familia que se reúne por medio del zoom para realizar un homenaje al padre muerto cuya urna está expuesta en una funeraria. La comunicación por pantallas se convierte en estética y distancia cargadas de tristeza pero también de chispas de comicidad.