La proliferación de estudios científicos sobre la covid-19, a veces contradictorios entre sí como los relativos a la hidroxicloroquina, evidencia hasta qué punto las dudas y la controversia son inherentes a la ciencia, pero algunos parámetros permiten orientarse entre tantas publicaciones.
– La controversia, motor de la ciencia –
Publicar su trabajo es un paso casi obligado para cualquier científico. Este somete sus resultados a otros expertos del mismo ámbito, quienes lo comentan, critican y si es necesario lo refutan.
En general, un estudio no aporta conclusiones definitivas y sus autores abogan por que se realicen nuevos trabajos para completar o contradecir el suyo.
Así, se requiere todo un abanico de estudios con las mismas conclusiones para validar una hipótesis y obtener un consenso científico.
Por tanto, contar con un “sí” o un “no” rotundos toma su tiempo —inclusive años— y esa espera puede ser frustrante en un periodo de emergencia sanitaria mundial.
“La ciencia avanza mediante controversias, refutaciones, incluso de cosas que se consideraban adquiridas”, afirma Jean-François Chambon, médico y director de comunicación del Instituto Pasteur de Francia.
Estos debates forman parte del funcionamiento normal de la ciencia, pero con la pandemia pasaron también a formar parte del debate público: la prensa los retoma, las redes sociales los comentan, a veces con virulencia, y los políticos los citan e incluso instrumentalizan.
– Estudios de todo tipo –
Pero esto no significa que los estudios no aporten nada ni tampoco que todos sean válidos.
En primer lugar hay distintos de trabajos con la misma apelación de “estudio”.
La prestigiosa revista científica Nature explica que “un artículo de investigación” es una publicación “cuyas conclusiones hacen avanzar de forma sustancial la comprensión de un problema importante”, a diferencia por ejemplo de las cartas y correspondencias.
Un estudio puede aportar elementos muy diferentes. Para la covid-19, algunos examinan los síntomas, otros la eventual eficacia de un tratamiento mediante un experimento in vitro o en verdaderos pacientes…
Otro factor: ¿Dónde se encuentra el estudio? Por ejemplo, una publicación designa los que se divulgan revistas científicas.
El reconocimiento máximo consiste en ser publicado en revistas prestigiosas como, en medicina, The Lancet o el Journal of the American Medical Association.
Existen miles de revistas científicas, consideradas más o menos serias en función de los textos aceptados y del rigor de los procesos de relectura.
Para ser “publicado”, hay que “someter” el texto. Si se considera que tiene un nivel suficiente, puede ser examinado por científicos independientes, la llamada revisión “peer-review”, quienes comentan el texto en detalle y pueden pedir precisiones a los autores.
El proceso puedo prolongarse varias semanas e incluso meses, antes de ser publicado o rechazado, pero en el contexto actual, los ritmos se aceleran.
Si bien la publicación en una revista prestigiosa con “un comité de lectura independiente” está considerado un factor cualitativo, no es una garantía absoluta sobre la validez del estudio.
Existen ejemplos célebres pero raros de estudios retirados, como el que en 1998 relacionaba las vacunas con el autismo y que fue retirado por The Lancet en 2010.
A la espera de una eventual publicación, un autor puede colgar en línea su estudio en libre acceso sobre una plataforma de “prepublicación”, como medRxiv (medicina) y bioRxiv (biología).
“Está muy bien”, porque permite “compartir” su trabajo de forma inmediata pero “hubo una explosión de +preprints+ de muy mala calidad, a menudo con grandes problemas de metodología, publicados muy rápidamente, solo para poder hablar del coronavirus”, lamenta el investigador en bioquímica Mathieu Rebeaud.
Y “el problema es que algunos se utilizan tal cual por sitios internet o medios de comunicación”, afirma este científico de la Universidad de Lausana, en Suiza.
– El rigor científico –
En general, todos los estudios tienen sesgos, pero hay que determinar cuántos, cómo influyen en los resultados y si los autores los tienen en cuenta y los exponen claramente.
Por ejemplo, sobre los ensayos clínicos con la hidroxicloroquina, algunos afirman que es eficaz y otros no, lo que alimenta las controversias científicas y el debate público. Algunos fueron publicados en revistas científicas, otros no.
Para probar la eficacia de un tratamiento, existen varios tipos de estudios (retrospectivo, de intervención, observación…) y muchos criterios: grupo de control (pacientes que no reciben el tratamiento), número de pacientes, distribución aleatoria de pacientes en los grupos…
Además, la eficacia puede evaluarse según varios criterios: descenso de la carga viral, mejora del estado clínico de los pacientes…
También hay que tener en cuenta el máximo número posible de variables, como los factores de riesgo (edad, peso, otras enfermedades…)
Todo ello con el fin de determinar si el medicamento es eficaz por sí mismo, independientemente de todos los demás factores.
Los estudios considerados más sólidos son los “ensayos controlados aleatorios”, con el menor número de sesgos estadísticos, entre grandes grupos de pacientes.
Pero este tipo de estudios son complicados de poner en práctica, como quedó demostrado con Discovery, una iniciativa francesa que invitó a otros países europeos a participar.
Esta lentitud es la principal justificación del doctor francés Didier Raoult, que administra directamente la hidroxicloroquina combinada con un antibiótico a sus pacientes. Publicó varios estudios afirmando que el tratamiento es eficaz.
Los dos primeros abarcaban solamente varias decenas de pacientes. El tercero más de 1.000, pero como no había grupo de control, no se podía determinar la eficacia del tratamiento.
Un estudio publicado el viernes en The Lancet entre 96.000 pacientes apuntó en cambio a la ineficacia de la hidroxicloroquina y reveló un riesgo mayor de morir entre los 15.000 pacientes que recibieron este tratamiento o la cloroquina.
Aunque este estudio se considera sólido debido al número de pacientes y a la existencia de un grupo de control, no está exento de críticas, especialmente porque faltan datos sobre algunos pacientes.
Para la cardióloga Florian Zores, que analiza estudios científicos en su cuenta de Twitter, esta falta “es su principal punto débil. Pero este factor tiene menos impacto entre 96.000 pacientes, que en mil, cien o veinte”, estima.
Raoult reprocha al estudio basarse en el análisis de datos a posteriori mientras que él trata directamente a pacientes.
The Lancet por su parte llama a completar estas observaciones con “ensayos controlados aleatorios”.
AFP
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