Poco se sabe de la vida privada de Vladímir Putin. Tanto es así que
la prensa rusa tiene prohibido publicar todo lo concerniente a su existencia de puertas para adentro. Lo que sucedió con el diario ruso «Moskovski Korrespondent» es un ejemplo de la suerte que corren quienes violan ese precepto. Hace tres años, el rotativo publicó una información asegurando que el líder ruso se había separado de su esposa Liudmila debido a la relación sentimental que mantenía con la joven Alina Kabáyeva, a la que lleva 31 años de diferencia y ex campeona mundial de gimnasia rítmica. Poco después se divulgó la información de que la joven esperaba un hijo de Putin. El periódico desapareció de repente, según la versión oficial, por «problemas financieros» y Kabáyeva desapareció de las páginas de la prensa.
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Reuters
Lo cierto es que ningún otro dirigente ruso, ni siquiera Stalin, había tapiado su privacidad de forma tan meticulosa. Las hijas de
Putin, María y Ekaterina, empezaron a estudiar juntas en la Universidad de San Petersburgo (SPbGU) en 2003. Después de aquello, nada más se ha vuelto a saber de ellas. Al parecer, María contrajo matrimonio en 2005 en la isla griega de Santorini con un empresario alemán y, según el politólogo ruso Stanislav Belkovski, vive en Munich. Ekaterina se casó en 2011, pero se desconoce su paradero. Dicen que ambas se han cambiado el nombre y llevan ahora los apellidos de sus maridos. Tan solo se supo hace unos meses que el mandatario había sido abuelo. Hasta ahora, cuando su hija pequeña ha concedido su primera entrevista con la televisión rusa como directora adjunta de investigación matemática de sistemas complejos de la Universidad Estatal de Moscú.
Matrimonio
En cuanto a Liudmila, acompañó a su esposo en los actos públicos hasta 2008. Desde entonces no se la ha vuelto a ver. Parece que es un hecho que están separados, pero nadie lo ha podido comprobar. El muro de silencio levantado en torno a la vida privada del presidente ruso y su familia ha alimentado todo tipo de especulaciones y cábalas. Muchos fueron los rumores que se generaban en torno a la familia más famosa de Rusia. Desde que la ex azafata se recluyó voluntariamente en un convento en la ciudad de Pskov, algo que nadie ha podido constatar hasta el momento, hasta que la esposa de Putin, que cuando saltó la noticia tenía 54 años, se encontraba embarazada en un hospital de Múnich siguiendo un tratamiento profiláctico para favorecer un parto sin complicaciones.
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Lo que sí es verdad es que, desde el 2 de marzo de 2008 y hasta el momento actual, a Pútina se la ha visto en público no más de cuatro veces. Desde hace años llamaba la atención la forma tan extraña con la que el presidente ruso se dirigía a su mujer. Como si cada uno fuese por su lado, la trata como a una invitada más, besándola fríamente en la mejilla y apartándose. Ni siquiera la coge de la mano. La socióloga Olga Krishtanóvskaya sostiene que «es normal en Rusia que las esposas y los familiares de los altos dirigentes se mantengan alejados de la vida pública. Puede que no sea así en Occidente, pero aquí sí». No obstante, tal regla no se aplicó a las mujeres de los dos predecesores de Putin, Raísa Gorbachova y Naína Yéltsina.
Fortuna
Otra vertiente sobre la que en Rusia se tiende un tupido velo es la relativa a la fortuna de Putin. Oficialmente posee un terreno de 1.500 metros cuadrados en Moscú, un piso de 77,7 metros cuadrados en San Petersburgo y dos coches de colección. Pero, según informó en 2011 «The Guardian» y «Financial Times», el mandamás ruso atesoraría mucho más: Un capital de unos 30.000 millones de euros gracias a sus acciones en el grupo Gunvor, Surgutneftegaz y el gigante energético Gazprom. Su nombre, sin embargo, no figura en los registros de accionistas, convirtiéndose así en uno de los diez hombres más ricos del mundo.
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AFP
Conduce coches de Fórmula 1, pilota aviones de combate, canta, toca el piano, monta en Harley Davidson y se codea con estrellas como Mickey Rourke y Naomi Campbell. También le gusta esquiar, los uniformes militares, los perros, la pesca, las artes marciales y los relojes caros. No le importa que le llamen seductor o «macho alfa».