No son ellos, somos nosotros. El terrible ritmo de aniquilación biológica que se ha dado a conocer esta semana evidencia que el 60% de los vertebrados ha desaparecido de la Tierra desde 1970. La industria alimentaria es la gran impulsora de este exterminio. La agricultura y la pesca son las principales causas del colapso de los ecosistemas marinos y terrestres. El consumo masivo de carne, mayoritariamente por parte de los ricos, es la principal causa. Podemos mostrarnos horrorizados ante la tala de bosques, la desaparición de los humedales, la matanza de depredadores y la masacre de tiburones y tortugas por parte de las flotas pesqueras, pero lo cierto es que se hace en nuestro nombre.
Como evidencia un reportaje de The Guardian en Argentina, los inmensos bosques del Gran Chaco están llamados a desaparecer y a ser reemplazados por grandes extensiones donde se cultive soja, destinada en su gran mayoría a la alimentación animal especialmente para Europa. Tras la victoria electoral de Jair Bolsonaro en Brasil, lo más probable es que se acelere el proceso de deforestación de la Amazonia, impulsada por el lobby cárnico que le ayudó a ganar las elecciones. Los grandes bosques de Indonesia, como los que se encuentran en Papúa Occidental están siendo talados y quemados en beneficio del aceite de palma a una velocidad devastadora.
La medida de protección medioambiental más importante que podemos impulsar tiene que ver con reducir la extensión de tierra que utilizamos para la agricultura y la pesca. Esto comporta que apostemos por una dieta basada en el consumo de alimentos de origen vegetal. Un estudio publicado en la revista científica Science revela que si dejásemos de producir alimentos de origen animal, la necesidad mundial de tierras de cultivo se reduciría en un 76%. También podríamos alimentar a la población mundial de forma más equitativa. Los animales alimentados con pasto, contrariamente a la creencia popular, no son una alternativa sostenible: es un derroche de vastas extensiones de tierra que de otro modo sustentarían la vida y los ecosistemas silvestres.
La misma medida es fundamental para prevenir la degradación del clima. Debido a que los gobiernos, rendidos ante las exigencias del capital, lo han ido postergando, ahora no sabemos qué acciones se podrían impulsar para que el calentamiento global no supere el límite de 1,5 grados marcado por los expertos. La única forma de hacerlo, que se ha demostrado eficaz a pequeña escala, es volver a reforestar los bosques.
¿Podríamos impulsar una dieta que fuera más allá del consumo de alimentos de origen vegetal? ¿Podríamos ir más allá de la producción agrícola? ¿Qué pasaría si, en vez de cultivar alimentos los produjéramos a partir del aire? ¿Qué pasaría si, en lugar de basar nuestra nutrición en la fotosíntesis, utilizáramos electricidad para generar un proceso cuya conversión de la luz solar en alimentos es 10 veces más eficiente?
Esto tal vez suena a ciencia ficción pero lo cierto es que es una idea que está a punto de comercializarse. En el último año, un grupo de investigadores finlandeses ha estado produciendo alimentos cuyo origen no es ni animal ni vegetal. Sus únicos ingredientes son bacterias oxidantes del hidrógeno, electricidad de paneles solares, una pequeña cantidad de agua, dióxido de carbono extraído del aire, nitrógeno y trazas de minerales como calcio, sodio, potasio y zinc. La comida que han producido es de un 50 a un 60% proteína; el resto son carbohidratos y grasas. Han fundado una empresa (Solar Foods) que abrirá su primer centro de producción en 2021. Esta semana, la Agencia Espacial Europea ha seleccionado este proyecto para desarrollarlo en su “incubadora” de ideas.
Utilizan la electricidad de paneles solares para electrolizar el agua, lo que produce hidrógeno, que alimenta a las bacterias que la convierten en agua. A diferencia de otras formas de proteína microbiana (como Quorn), no requiere materia prima de carbohidratos. En otras palabras, no requiere plantas.
Tal vez, la idea de alimentarte así te horroriza. Es innegable que es un proceso exento de belleza. Sería difícil escribir algo poético sobre bacterias que pastan en el hidrógeno. De hecho, esta percepción, comparada con una supuesta belleza de los alimentos de origen animal y vegetal, es parte del problema. Hemos permitido que se cree una bella narrativa que nos impide ver la dura realidad de la agricultura industrial. Desde la infancia nos inculcan una idílica imagen de la agricultura; cerca de la mitad de los libros para niños muy pequeños incluyen la figura de un granjero de mejillas sonrosadas y que vive en perfecta armonía con una vaca, un caballo, un cerdo y un pollo. No nos muestran la extrema crueldad de la ganadería a gran escala. La sangre y las vísceras, la suciedad y la contaminación.
Nuestra mente es incapaz de comprender la magnitud de destrucción de tierras necesarias para alimentarnos. Tampoco vemos el “Insectagedón” causado por los pesticidas; el desecamiento de los ríos; la pérdida de suelo; la reducción de la magnífica diversidad de la vida en la Tierra a una masa homogénea y gris de residuos.
Es probable que el compuesto que los investigadores finlandeses han producido a partir del aire, el agua y la electricidad se utilice como ingrediente a granel para los alimentos procesados. Sin embargo deberíamos formularnos la siguiente pregunta (aunque supere los planes de la empresa): ¿hay alguna razón por la que, con los debidos cambios en el proceso, no pueda empezar a suministrar las proteínas necesarias para hacer carne cultivada, o los aceites que podrían hacer innecesarias las plantaciones de palma? ¿Existe alguna razón por la que este compuesto no deba reemplazar gran parte de lo que comemos?
Según los cálculos de los investigadores finlandeses, sus centros de producción necesitan 20.000 veces menos de extensión de tierra que la que se requiere para obtener la misma cantidad de alimentos mediante el cultivo de soja. Cultivar toda la proteína que el mundo consume ahora con su técnica requeriría un área más pequeña que la del estado de Ohio. Los mejores lugares para hacerlo son los desiertos, donde abunda la energía solar. Cuando en unos años se pueda generar electricidad a 15 euros por megavatio hora, su proceso será competitivo en términos de costes con la fuente más barata de soja.
¿Podríamos utilizar una técnica parecida para producir celulosa y lignina, y así reemplazar la silvicultura comercial? ¿Existe alguna razón por la que mediante el hidrógeno no se puedan crear los mismos productos que se obtienen a partir de la fotosíntesis? ¿Podría contribuir a cambiar la forma en que nos relacionamos con la naturaleza, y reducir nuestra huella a una fracción de su tamaño actual?
Son muchas las preguntas que podemos formular como también lo son las limitaciones y obstáculos. Sin embargo, pensemos en todas las posibilidades de esta nueva técnica.
Hay muchas preguntas sin respuesta; un gran abanico de obstáculos y limitaciones. Pero piensa en las posibilidades. Los productos básicos agrícolas, que actualmente ocupan casi toda la superficie de tierra fértil de la Tierra, podrían reducirse a unas cuantas bolsas de tierra infértil. Esta técnica encierra un enorme potencial para la restauración ecológica. Su potencial para alimentar al mundo, una pregunta que literalmente me ha mantenido despierto por la noche, es igual de ilusionante.
Nada de esto tiene que llevarnos a la conclusión de que ya nos podemos relajar y esperar a que un proyecto que acaba de nacer pueda salvar a la humanidad. Mientras esta técnica no se desarrolla es necesario que nos pasemos a una dieta de origen vegetal y actuemos ante la destrucción del Planeta. Un primer paso es unirse al movimiento Extinction Rebellion, que ya está en marcha.
Sin embargo, si este proyecto tiene éxito, y con el activismo político necesario, sería posible un cambio. Sería posible reforestar algunos lugares que se han convertido en desiertos agrícolas en manos de grandes corporaciones, extrayendo dióxido de carbono del aire a gran escala. Podrían recuperarse los ecosistemas de la tierra y el mar, no solo pequeñas extensiones sino también a gran escala. La posibilidad de hambrunas se reduciría.
Algunos métodos muy básicos y destructivos nos han metido en este lío. Ahora, tecnologías más sofisticadas pueden ayudarnos a salir de él. Merece la pena luchar por salvar a todas las especies y ecosistemas de la actual ola de destrucción. Tal vez vivamos lo suficiente para ver cómo se construye un mundo próspero.
Traducido por Emma Reverter