En su reciente pero ya exitoso libro «El empleo del futuro» (Ed Deusto), el profesor Manuel A. Hidalgo resume muy didácticamente los niveles de riesgo de robotización a los que se exponen los trabajadores actuales. Todos los datos que presenta se derivan de cambios inducidos por la denominada Industria 4.0 o cuarta revolución industrial. Esta revolución es el resultado de añadir a la primera ola de robotización de la década de los 70 del siglo pasado, el reciente desarrollo de la Inteligencia Artificial alimentada por la información que suministra el Big Data.
Apartándose de un primer análisis catastrofista que estudia el impacto de la Industria 4.0 sobre los empleos actuales, Hidalgo se abona con rigor a las investigaciones más finas que han tenido en cuenta no sólo los tipos de empleos existentes sino, también, las diferentes tareas que cada trabajador realiza. Desde esta perspectiva, recuerda que el 100% de las ocupaciones disponen al menos de una tarea que puede ser automatizada pero sólo el 1% son totalmente automatizables. Según sus propios cálculos para nuestra nación, el 34% de los empleos en España sufrirán alguna modificación relevante en cuanto a las tareas que desempeñen en el futuro. Sin embargo sólo el 12% tiene una probabilidad superior al 70% de ser automatizado.
Por tanto, no debe preocuparnos en exceso la cantidad de empleo que se perderá pero sí las consecuencias de la Industria 4.0 en otras variables de importancia extrema como la desigualdad en salarios y renta y la precarización de las condiciones laborales.
Todas las revoluciones industriales han provocado cambios o disrupciones en las relaciones laborales. Esta no va a ser una excepción pero los resultados sí podrían ser mucho mejores si actuamos anticipadamente sobre la formación y la educación. Siendo precisos, desde la década de 1980 hasta nuestros días, la mayoría de las oportunidades laborales se concentran en los candidatos cuya formación fundamental se incluye en alguna de las cuatro opciones englobadas en el acrónimo inglés STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas).
La nueva revolución industrial que conlleva unir la Inteligencia Artificial a la robotización ha supuesto una novedad importante a la preeminecia del STEM. La novedad se ve perfectamente en el estudio que Google llevó a cabo entre todos sus empleados para identificar cuáles eran las habilidades de quienes habían tenido los mejores desarrollos profesionales. El estudio arrojaba como resultado que se valoraban a personas que, además de tener la formación en STEM, mostraban habilidades en el entrenamiento de las personas a su cargo, la capacidad de comunicación y de escuchar al equipo, conocer a los demás, el pensamiento crítico, liderazgo y capacidad para resolver problemas.
Una correcta reforma educativa debería mantener lo que de bueno ha tenido la previa e incorporar los nuevos retos que, en este caso, acarrea la revolución industrial. Sin embargo, nada de esto hay en la iniciativa lanzada por el presidente Pedro Sánchez a los profesionales de la educación. Antes al contrario se avanza por la obstinada senda del peaje al independentismo. Por ejemplo, se pretenden suprimir las evaluaciones externas al final de la Educación Secundaria Obligatoria, todavía pendientes de aplicación. Sin ellas el Estado no podrá detectar ni evitar el adoctrinamiento político en los colegios. Precisamente el que acaba de documentar el demoledor informe (335 páginas) sobre el adoctrinamiento en colegios catalanes presentado por la Asamblea por una Escuela Bilingüe en el Parlamento español y entregado al Defensor del Pueblo. Un informe que iba en la misma línea del presentado por la Alta Inspección educativa del Estado y que fue ignorado por el anterior gobierno y por el actual.
A la medida anterior la propuesta de reforma añade eliminar la regulación estatal de la lengua cooficial ahondando en el modelo de inmersión lingüística cuyos resultados para los niños castellanohablantes han demostrado ser muy desfavorables. Así lo recordaba el Foro de profesores universitarios en uno de sus recientes manifiestos cuando afirmaba que un 20,3% de los alumnos castellanohablantes en Cataluña no consiguieron superar el nivel mínimo de PISA 2015 en matemáticas, más del doble que el 10,1% de catalanohablantes en esa misma situación.
David Fernández Aguilera, uno de los ideólogos del secesionismo catalán, advierte de que el proceso es un circo con tres pistas; una para la legalidad, otra para la legitimidad y otra para la efectividad. Los independentistas pensaban triunfar en las tres pero no lo han hecho en ninguna. La propuesta de reforma educativa así como el escrito de la abogacía del Estado en la causa contra los políticos presos, debilita la batalla legal como parte de un peaje inaceptable pagado por un gobierno sostenido por partidos que quieren romper el Estado.
La educación vuelve a ser un espacio para el electoralismo cortoplacista en España. Tanto da estar en mitad del que posiblemente sea el mayor cambio en el empleo que jamás haya experimentado la humanidad. Ninguno de los que promueven la reforma educativa verá a sus hijos expuestos a unos colegios donde no se forman en las habilidades requeridas por la Industria 4.0. El resto de españoles, sí salvo que nos plantemos. Como ciudadanos, como padres y como futuros abuelos.
*Catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla y profesor de la Universidad Autónoma de Chile