René tiene 15 años y asiste a la Preparatoria. Desde hace dos años tiene un teléfono inteligente, del cual no se separa ni para dormir. Ahí, a un lado de su cama, el aparato acompaña sus juveniles sueños. Su smartphone sirve de televisión, de cámara fotográfica, de computadora, de radio, de alarma, de periódico, de lámpara, de calculadora, de teléfono, de cámara de video y de muchas otras cosas. René es parte de una generación que crece con el celular, que está aprendiendo de manera digital y que se comunica y vive a través de las nuevas tecnologías.
Los millennials (nacidos antes del 2000) también usan el celular, lo han integrado plenamente a su vida diaria y desde luego que sufrirían si por alguna razón no lo tuvieran consigo. Pero los niños de ahora no conocen otra cosa. Viven con el teléfono o la tableta electrónica, son parte imprescindible del mundo. 98 veces al día consultan su pantalla.
El problema es que tal adicción conlleva una serie de efectos importantes. Numerosos estudios coinciden en que las nuevas tecnologías causan miedos, sobrepeso, alta presión, problemas de sueño, de postura y muchos trastornos psicológicos. Tanto psicólogos como sociólogos discuten quién realmente controla a quien, ¿el cerebro al aparato o viceversa?
En Francia, la Asamblea Nacional ha decidido prohibir todos los aparatos conectados con internet en las escuelas a las que asisten menores de 15 años. Los únicos que pueden usarlos son niños con alguna forma de discapacidad. En Baviera, Alemania, está prohibido el uso de los aparatos en los descansos y en las horas libres. En las aulas, sólo se permiten con objeticos pedagógicos. Si una escuela quiere eludir la regla, los padres, los alumnos, los maestros y la dirección de la escuela debe llegar a un acuerdo. En Dortmund, por cierto, se ha abierto el primer centro de rehabilitación para jóvenes adictos al smartphone.
En estos países están buscando otras formas de reglamentación para no recurrir a la prohibición. En Alemania, muchas escuelas ofrecen un curso introductorio que permite a los alumnos entender el teléfono celular no como un juguete, sino como un instrumento de trabajo.
Entre los efectos que los especialistas han constatado en los jóvenes adictos al celular se encuentra una especie de retraso en las experiencias que los jóvenes usualmente hacen por primera vez. En otras palabras, la joven generación madurará más tarde. Un estudio demostró que el porcentaje de jóvenes entre 16 y 17 años que ha tenido alguna experiencia con el alcohol cayó de 97 a 87 por ciento de 2001 a 2016. Y el porcentaje de jóvenes entre 12 y 19 años que de menos una vez a la semana se va de fiesta, descendió entre 2006 a 2017 de once a cinco por ciento. Algo similar ocurre con el sexo.
Mientras que los treinteañeros abarrotan los restaurantes y los antros, la nueva generación prueba el alcohol, los bares y el sexo ¡a través de medios digitales! Algunos sitios, como las discotecas, han tenido que cerrar sus puertas, simplemente porque los jóvenes ahora prefieren reunirse a ver películas, oír música y beber cerveza. No es extraño que un grupo de cuatro jóvenes se reúna y que desistan de hablarse directamente para comunicarse solamente por teléfono.
Otro efecto de esta adicción al teléfono inteligente es que por primera vez en la historia la nueva generación domina una técnica cultural importante mejor que sus padres. En lugar de que los niños aprendan de sus padres, éstos ahora les muestran a sus progenitores cómo funcionan los aparatos.
(Yo también, antes de enfrentarme al montón de cables, aplicaciones y el internet que “no conecta”, a pesar del letrero en el aula que anuncia que ya hay internet en todo el campus, le pido a un estudiante que lo haga. ¡Uff!)
En Francia, los maestros consideran que la prohibición es acertada, pues los teléfonos inteligentes se habían convertido en un gran problema. No sólo eran objeto frecuente de robos, sino que los alumnos los utilizaban para hacer mobbing. Por ejemplo, para enviarse fotos por snapchat con comentarios ofensivos.
Aunque Usted no lo crea, la prohibición fue una promesa de campaña del presidente Macron. Cada escuela es libre de decidir de qué forma confisca el smartphone y cuánto tiempo dura la prohibición. La medida ha tenido éxito, aunque la tentación en un primer momento es grande. Pero la idea de pasar el fin de semana sin “el cel” les resulta a los niños apocalíptica. Para muchos es cómo vivir sin una parte esencial de su cuerpo.
Algunas de las grandes figuras del espectáculo han decidido obligar a sus fans a dejar por un momento el aparato. En los conciertos de Alicia Keys, Bruno Mars o Adele, el personal de seguridad recoge el smartphone en la entrada de la sala, lo coloca en una bolsa acolchonada, lo cierra herméticamente y la devuelve al dueño. Al final del concierto los asistentes pueden abrir la bolsa a través de un aparato diseñado para ello.
Estos cantantes están cansados de que los asistentes graben algunos segundos del show para luego presumirlo a sus propios seguidores en las redes sociales, junto a una selfie, dejando ver que lo que ocurre en el escenario es solo una cosa secundaria.