Juan González-Barba (Sevilla, 1966) llegó a la carrera diplomática animado por quien fuera su maestro y mentor, el catedrático de Derecho Internacional Juan Antonio Carrillo Salcedo. Desde 1991 es diplomático y ha trabajado en las embajadas de Sudráfrica, Sudán del Sur, Eritrera, Israel, Grecia, Bruelas... además de ser miembro del grupo internacional de apoyo a Siria entre 2016 y 2017, y analista para ese conflicto o el yihadismo. Habla cinco idiomas, entre ellos el árabe, una lengua que recomienda aprender por su riqueza. Él es uno de los tres embajadores sevillanos de España, junto con Jesús Silva (Venezuela) y Enrique Ojeda (Chile).
Ahora vemos todos los días a los políticos diciéndose cosas muy feas en el Parlamento. Imagino que a usted, como diplomático, le pitarán los oídos.
Cuando estás fuera, todas esas cosas las ves con cierta distancia porque te quedas con lo que une y en eso consiste nuestra trabajo de representación.
¿Se ha perdido el «fair play» entre los políticos?
Si se compara con lo que sucedía años atrás, es posible, pero es algo que se ha generalizado porque la vida se ha hecho cada vez más competitiva, el auge de las redes sociales hace que todo sea más transparente y que las cosas lleguen sin filtros... Los empleados públicos están sometidos a un escrutinio público que no existía antes y, en ese sentido, es más difícil pero es un reto más atractivo porque tienes que emplearte más a fondo.
¿Lo de ser diplomático se lleva en los genes o se aprende?
Hay algunos que lo llevan en los genes. Hay compañeros que son hijos y nietos de diplomáticos y han visto desde pequeños ese modo de vida. En mi caso no había tradición diplomático y he tenido que aprenderlo. Es más, en mi casa soy el primer funcionario de mi familia más cercana.
Habla cinco idiomas, entre ellos el árabe. ¿Cuándo lo aprendió?
Saber la lengua local ayuda mucho a tu profesión. Imagine estar como embajador en España sin saber español y depender siempre de un traductor. El árabe lo fui aprendiendo paulatinamente y lo sigo estudiando porque, salvo que sea tu lengua materna, el árabe es muy complicado y nunca se termina de aprender. Comencé a aprender el árabe a los 30 años cuando viajé a Siri y puse esta lengua en práctica cuando fui embajador en Sudán. Por otra parte, yo he aprendido el árabe normalizado, el que usan los medios de comunicación. Puedo leer periódicos en árabe, literatura en árabe del siglo XX... pero no árabe arcaico.
Hubo un tiempo en que los colegios pusieron el chino como segundo idioma extranjero. ¿Recomendaría usted estudiar árabe, tal y como están las cosas?
Yo recomiendo aprender el árabe en cualquier caso porque es cultura, una lengua de una riqueza extraordinaria... Poder leer el libro sagrado del Islán, el Corán, en su lengua original, no tiene precio porque es de una riqueza poética increíble. La poesía árabe es también riquísima. Hay grandísimas poetas árabes del siglo XX que son de lectura imprescindible, a ser posible en su lenguaje original si se habla el idioma. Además, la relación de España con el mundo árabe es muy intensa. Nuestros tres vecinos magrebíes son arabófonos, aunque también tienen el francés como lengua vehicular.
¿Los diplomáticos lo son del un país o del Gobierno de turno?
En nuestra profesión se tiene un sentido de Estado, no se sirve a tal o cual gobierno de turno y cuando estás fuera tienes la visión y el sentimiento de que sirves a un país, más allá del rifirrafe político, aunque obviamente estás nombrado por un Gobierno. Los diplomáticos no están al servicio del Gobierno de turno, sino del Reino de España. Los únicos diplomáticos que nombra el Gobierno son los embajadores. El resto son nombrados por una orden ministerial.
¿Tiene sentido cambiar los embajadores cuando hay nuevo gobierno?
Eso depende. Hay países en los que los cambios son menos acentuados, otros que son más. España está en el término intermedio porque lo que cambia, y no siempre, son los embajadores de los 15 países más sensibles para las relaciones exteriores. En España no se producen grandes cambios en las embajadas cuando cambia el Gobierno. Ahora, que se ha producido un cambio de Gobierno, se ha mantenido en su lugar el embajador de París, Marruecos... que son países muy importantes para nosotros.
La Asociación de Diplomáticos en España critica que se nombre a políticos como embajadores.
Como diplomático de carrera pienso que lo ideal es que los cargos de embajadores recaigan siempre sobre diplomáticos de carrera. Dicho esto, es un nombramiento del Consejo de Gobierno y todo Gobierno tiene la prerrogativa de nombrar a quien quiera. En el caso de España, los embajadores políticos han sido minoritarios, no han superado cinco o seis al mismo tiempo.
Como diplomático, ¿cuántas veces se ha tenido que morder la lengua?
No se trata de morderse la lengua. Al final, quieras o no, en el ejercicio de la profesión aprender a saber decir las cosas. Se trata más bien de saber decir las cosas o guardar silencio para decirlo luego y de qué manera. Hay que tener la sangre fría, pero no sólo en la diplomacia, también en cualquier profesión
Ha trabajado como diplomático en Sudáfrica, Sudán, Sudán del Sur, Eritrea, Israel, Grecia, Bruselas y ahora en Turquía. ¿Cuál de esos destinos diplomáticos le dio más quebraderos de cabeza
Por circunstancias objetivas diría que Sudán del Sur porque estalló allí la guerra civil y se trata de una situación difícil de gestionar. Ha sido el puesto más complicado que he tenido.