Las aficiones deportivas del próximo presidente de la República tendrán muy seguramente consecuencias en el escenario del deporte nacional. El hombre quiere estar en todo así que su tendencia beisbolera la habremos de verificar a las primeras de cambio. Vamos, a lo mejor el beis se vuelve un asunto de Estado y las políticas públicas se dirigen a consolidarlo como un tema, si no obligatorio, por lo menos merecedor de apoyos, recursos, programas, infraestructuras e inversiones.
Sería, si lo piensas, un auténtico cambio cultural en nuestro país. Porque, con perdón, yo me atrevería a afirmar, más allá de la desaforada pasión que tengo por el balompié, que el pueblo mexicano también es mayormente futbolero, no beisbolero. El tema del béisbol me resulta un tanto lejano porque no crecí yo en una comarca donde se practicara mayormente esa disciplina sino en una capital de todos los mexicanos avasallada por equipos locales —Pumas, Cruz Azul, América, Necaxa y otros que desaparecieron como Toros Neza— que marcaron siempre la pauta del entretenimiento de los fines de semana y que rivalizaban con dos o tres de provincia, digamos, Chivas, antes que nada, y Monterrey o hasta el propio Atlas. No imaginaba yo, entonces, que pudiere haber regiones en las que el futbol no fuere la madre de todas las disciplinas deportivas.
Pero, al afincarme en Aguascalientes comencé a vislumbrar la realidad de un mundo diferente. Son vagamente beisboleros aquí —tienen a los Rieleros— pero la experiencia cumbre que tuve fue en el bar del Sanborns, una vez que pretendía yo mirar una final de Champions y que unos tipos, en una mesa vecina, prefirieron seguir escuchando sus baladas románticas. Supongo que no serían tampoco demasiado aficionados al beis. Lo que sí pasó es que me sentí de pronto como si habitara otro planeta. O sea, que descubrí que el futbol puede no serlo todo. ¿Será, está comarca, una de las primeras en ser sojuzgada por los nuevos beisboleros?